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ESMAD- Escuadrón Móvil Antidisturbios de la PNC

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Comentarios

  • Cao
    CaoForista Soldado de Primera
    Forista Soldado de Primera
    dlopez escribió :
    Enrique escribió :
    dlopez escribió :
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    dlopez noto en esta foto que algunos de los equipos demostrados están en mal estado, ¿te dieron alguna explicación del porque?

    Muy buenas las fotos por cierto.

    Saludos

    Lo único que comentaron las damas es que el material era el que llevaban de un lado para otro, de stand en stand y en la manipulación se había averiado. (supongo que no todo, pero tampoco entre a indagar más a fondo).

    Lo otro que me comentaron es que “yo no lo sabía” ellas forman un grupo de antimotines solo de mujeres, siempre pensé que eran mixtos.

    Un cordial.

    El casco parece cortado con sierra, yo creo que es para mostrar los materiales de fabricacion o algo.
  • DarioLopez
    DarioLopezColaborador, EMC Subteniente
    Colaborador, EMC Subteniente
    lordonezsalazar escribió :
    Pero las lanzan al jaleo como si fueran cualquier hombre mas? ellas contra un enjambre de simios como si fueran hombres de metro ochenta superformidos?

    Si señor la señorita en la foto quien me dio la charla, me comento que ya había estado en disturbios en la Universidad Pedagógica, ahh otro dato que siempre están acompañados de personal de la Defensoría del Pueblo.

    Un Cordial.
  • RENAULT_4
    RENAULT_4Forista Soldado
    Forista Soldado
    esa escoria no merece ni lacrimogenos ni balas de goma, merecen es plomo y gas benenoso, que tal estos guerrilleros de universidad
  • DarioLopez
    DarioLopezColaborador, EMC Subteniente
    Colaborador, EMC Subteniente
    Un mes en el ESMAD

    POR GUSTAVO GÓMEZ FOTOGRAFÍA: DAVID FELIPE RINCÓN. PRODUCCIÓN: JUANITA MONSALVE

    El periodista se sumergió en uno de los oficios más ingratos de Colombia: ser uno más del Escuadrón Móvil Antidisturbios. Crónica de inmersión entre pedradas, gases lacrimógenos, protestas estudiantiles, hinchas furibundos de fútbol y unos hombres que tienen como trabajo evitar la violencia.

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    Un patrullero del Esmad está tirado en el piso, a mi lado, en el peatonal de la 45 con 30. Tiene el pie hecho pedazos. La carne viva le brota por una bota destrozada y chorrea sangre. Pide a gritos que le arranquen la ropa y la protección del cuerpo mientras un compañero le da primeros auxilios. Lo rodean y protegen seis uniformados que lo han traído a rastras desde el extremo del puente que lleva a la Universidad Nacional, donde una papa bomba le reventó a centímetros. Abajo hay una verdadera batalla campal y todos estamos rodeados por el gas lacrimógeno, tosiendo y llorando.

    He visto un espectáculo semejante en un par de oportunidades, a prudente distancia, y docenas de veces en la televisión. Una de esas veces, el 30 de agosto de 2000, asistí, junto a millones de colombianos, al último día en la vida del patrullero Mauricio Soto Londoño.

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    Lo mató una papa bomba como la que hoy puede dejar discapacitado al patrullero. ¿Qué es? Una Editado por el sistema. Una Editado por el sistema desquiciada. Una Editado por el sistema desquiciada y cavernaria que no podría estar en las manos de alguien que use los dedos para cargar libros. Las papas bomba son explosivos artesanales que nacen de mezclar aluminio negro con clorato de potasio para crear pólvora negra a la que agregan azufre para generar humo al momento de la detonación. Todo se sazona con arandelas, tornillos, clavos, piedras y cualquier cosa que cause daño.

    Hace casi tres lustros, una de esas papas bomba estalló en el cuello del patrullero Soto Londoño. No estaba bien protegido. El Esmad, como lo conocemos hoy, lloraba en pañales y, aparte de cascos y escudos, nada amparaba a la Policía de la furia de los encapuchados. Solo en la entrada de la 45 con 30, ese día volaron no menos de 500 papa bombas y cocteles molotov.

    Soto, caldense de La Merced, había querido ser policía desde niño, así que, apenas cumplidos los 18, se fue a Manizales a hacer curso en la Escuela de Carabineros Alejandro Gutiérrez. A la Metropolitana de Bogotá ingresó en 1998, y vivía en la vigésima cuarta estación, donde, como parte de la fuerza disponible, fue llevado a ponerles el pecho, y la vida, a los manifestantes ese triste 30 de agosto. Desde entonces, alrededor de 400 miembros de la Policía han pagado con sangre el cumplimiento del deber en los alrededores de las universidades públicas.

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    Hoy es el turno del patrullero Navarro, a quien comienzan a bajar por las escaleras del puente, donde lo espera una ambulancia. Lo montan a la camilla y al carro justo donde está, supervisando todo, el coronel Rafael Méndez Castro, coordinador del Esmad. Lo saludo. Es un momento duro para todos, pero vinieron a trabajar, no a quejarse. Me recuerda que, a dos cuadras, entre una de las tanquetas del Esmad, me espera mi uniforme. Me llegó la hora. El episodio del policía herido me tiene muy nervioso. Asustado. Tanto que se me viene a la cabeza la frase célebre de Worf, el guerrero klingon de Viaje a las estrellas: “Hoy es un buen día para morir”.

    Aprendiendo a chupar gas

    Estoy montado en un bus de la Policía que me lleva a la Escuela Nacional de Carabineros, en Facatativá. Es sábado, día de entrenamiento, y llevo un mes preparándome para hacer esta crónica: para ser una partícula más del Esmad, para verlo desde dentro y meterme en el uniforme de sus miembros. Me he preparado, digo, pero hoy es mi primer entrenamiento físico.

    Salimos hace dos horas de la sede del Esmad en Bogotá, frente a las empanadas de Cafetería Manchas, en zona de talleres. La había conocido hace unos días, cuando el coronel Méndez y el mayor Roberto Moreno (ascendido a coronel durante este ejercicio periodístico) me presentaron a un tipo de un valor incalculable: el intendente Arley Gutiérrez, de unos 30 años y más bien pocas sonrisas.

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    Lo entiendo. Debe ser difícil sonreír cuando uno tiene paralizada media cara, reconstruida con láminas de metal. El día en que lo conocí, me dio una descripción básica de las partes del uniforme de un policía del Esmad y de su armamento… que no es armamento en el estricto sentido de la palabra. Nadie en el Esmad va armado, al menos de manera convencional. Está prohibido que porten armas de fuego (o blancas), y lo único que se les autoriza son elementos disuasivos de gas lacrimógeno (que no es un gas), gas pimienta (que no está hecho de pimienta), balas tipo paintball y unos adminículos sónicos aturdidores. La posibilidad de que una persona resulte muerta por el contacto con estos artefactos no es ni del 1 %.

    Estoy invitado a ver un documental que me pone a pensar dos veces si no estaré cometiendo una locura al hacer esta crónica. El video muestra, en un principio, la estructura básica del Esmad: dos compañías en Bogotá y dos en Cali, así como otras en ciudades como Medellín, Bucaramanga, Montería, Barranquilla, Pereira, Cúcuta, Pasto, Yopal, Popayán, Valledupar, Ibagué, Cartagena, Neiva, Manizales y Villavicencio. Todas bajo el amparo de la Dirección de Seguridad Ciudadana (Disec).

    En cada escuadrón hay cuatro oficiales, doce suboficiales y 150 patrulleros, aunque la unidad mínima de intervención requiere de un oficial, cuatro suboficiales y 50 patrulleros. Todo miembro del Esmad (3140 en la actualidad) pasa por el Centro Nacional de Operaciones (Cenop), en Tolima, donde debe superar el curso de control de multitudes, única manera de descubrir si la vocación es firme y si el candidato sirve para pasarse la vida aguantando calor, gas y hambre, atrapado en una armadura endeble, mientras la gente le aplica dosis de odio puro que doblan al veneno de una cobra.

    Luego de la parte informativa del video, hay unas escenas del entrenamiento básico al que me someterán. Veo policías trasbocando por los lacrimógenos, atacados a piedra por sus compañeros y barridos varios metros por el suelo gracias a la fuerza de un cañón de agua de tanqueta. No es agradable. Lo que sigue, menos: brazos desgajados del hombro, caras desfiguradas en carne viva, heridas de machete en las piernas, una mano colgando del antebrazo, un patrullero con una flecha en la cabeza… todo es real.

    La llegada a la Escuela de Carabineros me desconecta de los recuerdos, pero sigo medio arrepentido. Sucede que tengo a cuestas, además del pie plano y la rinitis, cinco operaciones de tobillo. Por una extraña razón, perdí los amortiguadores naturales y cualquier caminata o salto me cuesta trabajo. A eso súmensele mis 98 kilos de peso, mi lejanía con los deportes y mis 46 años. Llegamos. Hora de formar y recibir mi kit de Esmad exprés.

    Los policías del escuadrón usan un equipo básico que deben ponerse en menos de un minuto (el tiempo de reacción para estar uniformados y formados nunca supera los ocho). Lo primero es un overol negro de tela retardante del fuego, que da cinco segundos para que los compañeros intenten apagarlo a uno antes de que las llamas conviertan a esta pieza de $850.000 en basura, y al usuario, en discapacitado. Se suele usar una especie de pasamontañas, también ignífugo ($140.000), pero acalora si las condiciones climáticas son adversas.

    Sobre el overol va el protector corporal o armadura. ¿Armadura? Ya quisiera uno: sus partes dan una engañosa sensación de seguridad que ha llevado a muchos a llamar a estos policías ‘robocops’ (por el resistente exoesqueleto metálico de Alex Murphy, protagonista de la película). El de nuestros policías ($2.300.000) es de un polímero que solo resiste un nivel bajo de choques con objetos contundentes. Cualquier proyectil superior al calibre 22 atraviesa como cuchillo caliente en mantequilla las cuatro piezas principales. La región trasera de los brazos y las piernas está desprotegida, y la mayoría de las articulaciones quedan expuestas, pues de lo contrario no habría posibilidad de movimiento.

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    El equipo me lo van poniendo de abajo hacia arriba, hasta llegar al casco ($320.000), que es un verdadero suplicio, sobre todo para quienes tenemos cabeza king size. Pesa 2,2 kilos, tiene visera de policarbonato, protectores parietales que restan audición, barboquejo en el mentón y un delgado protector cervical. Hay una pieza extra, el protector genital o güevera. Es de diseño reciente. Esta especie de suspensorio con plástico en la parte delantera nació después de que un policía perdió sus testículos en Montería luego de complicaciones derivadas de una pedrada.

    El escudo antidisturbios ($220.000) está hecho en policarbonato de alta densidad (1,10 x 60 cm) y me preparo para cargarlo en una pequeña loma que me separa del campo de entrenamiento. Antes de partir, recibo la tonfa ($25.000), un aparato con historia. Es un bolillo con mango lateral, que originalmente era un instrumento de labranza en China y la isla japonesa de Okinawa. Se la usaba como asa para poner a girar las ruedas de los molinos y evolucionó hasta convertirse en un moderno bastón policial que vi por primera vez en manos de T.J. Hooker. La tonfa se mete en el espacio estrecho que queda entre el muslo y el protector medio.

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    Arranca la marcha, en fila india, y en menos de lo que uno de ellos se pone el uniforme, que pesa, ya completo, 22 libras, se me acaba el aire. A rastras, y después de tres paradas para respirar, llegamos al campo. Aquí habrá de todo… menos aire. Durante tres horas me entrenan en las formaciones básicas de control de multitudes: en línea, en guardia y una que poco se emplea, guardia doble, en la que una fila delantera cubre el frente con escudos mientras la trasera usa los suyos como una especie de techo. Deja a los policías inmóviles, sin posibilidad de ganar terreno, así que solo se recurre a ella para tareas como la de estabilizar a un herido.

    Desde el primer ejercicio, los entrenadores tienen la gentileza de gasearme mientras defiendo mi posición o me muevo bajo una lluvia de piedras. El gas lacrimógeno es algo desesperante, pero no es gas. Es un sólido micropulverizado que, gracias a un explosivo que lo quema, toma apariencia de neblina intensa. De hecho, su nombre científico, que solo pronuncian bien los expertos (y Mary Poppins) es ortoclorobencilidenmalononitrilo… ¡supercalifragilisticoespialidoso! Su mayor efecto es psicológico: genera pánico, desconcierto y dispara el reflejo de huida. El mío se activa varias veces, pero dos policías veteranos, ubicados detrás de mí, me impiden correr y solo una vez puedo escapármeles para ir a un costado del terreno a escupir, lavarme con agua y echarles un par de madrazos.

    En lo físico, el gas-no-gas provoca cierre involuntario de los ojos, flujo nasal, vómito, tos y ardor en zonas húmedas y partes blandas. Esa tarde lo “disfruto” junto con dosis de gas pimienta, agente químico cuya base es la oleorresina de capsaicina. Lo hay en polvo, líquido y en aerosol, pero el efecto es el mismo: como si le metieran a usted en los ojos el ají mexicano que se está comiendo.

    El gas me lo aderezan con el paso de barricada, que consiste en caminar, bajo una lluvia de proyectiles, mientras se supera una pila de obstáculos ardiendo, humeantes. Humo de fuego más humo de gas más piedras: ¡Disneylandia! Cada tanto, un subintendente, Dussán, nos sorprende, ya sea esgrimiendo un enorme tubo con el que golpea los escudos o dándonos puños en la pechera de la armadura para recordarnos que no se pueden dejar las formaciones, so pena de que la multitud enardecida ataque al uniformado solitario. Esto, como en la infantería pesada de las legiones romanas, solo funciona si hay cohesión.

    La tarde, creo, termina con el ejercicio de enfrentar el cañón de agua de la tanqueta. Nos lo aplican directo al escudo durante largos minutos, convirtiendo todo en una marranera en la que se mezcla un gas que nos tiran por la espalda. ¡Carajo, Editado por el sistema, ¿será que esta gente no puede hacer nada sin gas?! Se extingue el chorro y, algo molesto, estoy listo para bañarme y largarme.

    Quieto. El intendente Gutiérrez tiene una última propuesta: va a tirar en mitad del campo una granada de gas y quiere que lo acompañe a que caminemos, sin equipo, dentro de la nube, hasta que la disuelva el viento. Se chifló, pienso. Moreno se nos une y así, los tres, entre osados e idiotas, nos vamos a chupar la novena dosis de gas de la tarde.

    Ya en casa, le cuento someramente a mi esposa la experiencia y revelo algo que no fui capaz de decir durante el entrenamiento: una piedra enorme hace que mi escudo retroceda con violencia y la empuñadura se me clava en la rodilla, que se hincha y me manda un par de días a la cama con cremas y mucha ira de mi señora. Del golpe en la rodilla al golpe de estadio.

  • DarioLopez
    DarioLopezColaborador, EMC Subteniente
    Colaborador, EMC Subteniente
    Golpe de estadio

    Vengo poco a El Campín. Detesto las multitudes, no sé jugar fútbol y temo a la horda de desadaptados que lo visitan como excusa para descargar sus fracasos en el prójimo. A medio camino entre el estadio y el Coliseo Cubierto está una de las tanquetas del Esmad. Dos patrulleros manipulan algo en el techo que tiene pinta de faro portátil para barcos. Es el LRAD, un dispositivo que emite sonidos incómodos para la multitud (165 decibeles) y puede usarse para el perifoneo de mensajes que se escucharán, si no hay obstáculos, a un kilómetro de distancia.

    Me encuentro con el todavía mayor Moreno. Mientras me ayudan con el overol y la armadura, me explica que el escenario del estadio es engañoso. En teoría, estamos frente a un grupo de civiles desarmados que viene a disfrutar del partido. Pues no: muchos han consumido drogas o alcohol, esconden armas blancas, llegan presa del resentimiento y quieren desquitarse con alguien, para lo que encuentran dos candidatos perfectos: otros hinchas y los policías.

    Los estadios colombianos hace años que dejaron de ser estadios. Son parte de un macabro teatro de operaciones en el que se vive un clima de tensión permanente. Si en un vuelo los dos momentos críticos son despegue y aterrizaje, aquí los puntos neurálgicos son entrada y salida de la gente. El mejor día de un Esmad en un estadio es un martirio: aunque no se presenten disturbios, pasan horas de pie, sin comida o bebida, aguantando frío y con escasas posibilidades de ir al baño.

    Detrás de la tanqueta donde me cambio de ropa hay un bus repleto de mujeres forradas en policarbonato. Pido que me dejen ir a saludarlas. Aunque uniformadas, están bien maquilladas, con aretes y pañoletas. Son un puñado de las 62 mujeres que eligieron entrar a la fuerza antidisturbios. Supongo que los hinchas las tratan mejor que a los hombres. Otra vez me equivoco: les dan un tratamiento indecoroso, mezcla de ofensas y piropos de mal gusto. Para ellos no son mujeres: son el Estado. No es fácil tener novio cuando se vive, como ellas, en las instalaciones del escuadrón. Las casadas y las madres pueden dormir en sus casas, pero, como sucede con los hombres, el corre-corre del cumplimiento del deber suele moler sus matrimonios.

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    Con ellas y con el mayor vamos a plantarnos ahora en un muro contiguo al parqueadero. Cuando el estadio está a punto de llenarse, Moreno me lleva al costado sur, rodeando El Campín por la carrera 24 y vamos directo a una de las calles que nacen en la 53, donde hay un tumulto de aficionados, molestos por la demora en el acceso. Me da la impresión de que son millones y de que todos me aborrecen. Tratamos de dirigirlos al embudo de la entrada, pero continuamente están sobre nosotros, presionando, empujando, puteando: “¿Tá acalorado el robocó?... ¿Le traigo agüita o se toma esta?... Porquería, espérame a la salida… tóqueme, gonorrea, para que vea cómo le ponemos a llorar la mamá”. Y así.

    Me miran a la cara, me muestran los dientes; parte de su juego es retar a la Policía. Son del Nacional, que juega hoy con Millonarios. Me entero de que la cosa aquí es tan caliente que ellos son los hinchas paisas; los verdolagas bogotanos ya entraron. No se pueden ver. Comparten equipo, pero si se los deja mezclarse habrá pelea.

    Y, entonces, mi casco suena. Acaban de pegarme con una piedra o una moneda en la visera. Hay que tomarlo con calma. Otros policías se cierran frente a mí con escudos y me muevo justo para quedar cara a muslo con una de las más hermosas armas de la Policía: un enorme caballo y su carabinero, que ayudan a controlar la multitud. A este animal lo respetan los hinchas más que a la mamá. Un caballo equivale, en efectividad, a cerca de cinco hombres. Me lo creo. Es una mole de carne.

    Hora de entrar. El mayor lidera una fila con la que marchamos por el costado sur. En segundos estamos en la pista atlética, infestada de papeles y basura. La orden es formarnos en una sección de silletería vacía, la tribuna sur, manteniendo una línea entre la primera silla y la última. A la izquierda, las banderas de cierta barra de Millos tunjana; a la derecha, hinchas de Nacional de los que nos separa solo una cinta amarilla. Delante están a los patrulleros Ruiz y Patrón, este último tiene sangre AB negativa. Está grabado en los cascos de todo el mundo. La del mayor es O positiva. Veinte minutos después ordena que salgamos.

    Camino a un muro donde pasaremos las próximas dos horas, encontramos a cinco gaseadores. El nombre es un tanto repelente, pero son personas con riguroso entrenamiento, y no hay unidad de intervención que no cuente con al menos un 10 % de estos especialistas. Llevan los fusiles lanzagases y, además del uniforme corriente, están forrados con unos chalecos repletos de munición y granadas de mano que pesan entre 10 y 12 libras. Algunos portan fusiles de 37 milímetros (AM600, brasileño), cuyos cartuchos alcanzan los 100 metros y, una vez disparados, se dividen en tres submuniciones: a la derecha, a la izquierda y al centro; otros, aparatos de 40 milímetros, que lanzan munición de gas a unos 200 metros. Cuentan con diversas marcas y tipos de fusil, y a los que no tienen el alcance necesario se les adapta la bocacha, una especie de lanzador con pólvora negra que, atornillado al cañón, permite que las granadas manuales se lancen como proyectiles, evitando que el policía se acerque a los manifestantes cuando los ánimos están alterados.

    Desde hace poco usan una pistola tipo paintball, que lanza esferas de gas pimienta (producen tos intensa e irritación) o tinta y que opera con aire comprimido o CO2. Aunque no las portan hoy, también suelen llevar granadas de aturdimiento que producen un sonido de 175 decibles y unos 6 millones de destellos.

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    El Esmad recurre, además, a dispositivos eléctricos de control tipo taser. Trabajan de dos maneras: aplicándolos directamente a la piel del agresor, lo que produce incapacidad por dolor intenso, o usando un cartucho (se requieren 50.000 voltios para dispararlo) que tiene un alcance de 4 metros e incapacita por bloqueo del sistema nervioso. Sí, seguramente usted está pensando en Pachito Santos, pero son armas con niveles de seguridad de hasta un 99 %.

    El resto de la jornada la pasamos viendo un show grotesco: media docena de hinchas de Millonarios (uno de ellos en muletas y con una pierna amputada) desde la calle regalan delicias verbales a unos muchachos de Nacional que están en tribuna alta. Me recuerda el cambio de guardia militar de los ejércitos de India y Paquistán en zona de frontera: una exhibición barata de fuerza sin más espectadores que 30 policías muy cansados, que no han probado bocado.

    La gente comienza lentamente a salir del estadio, por separado, en orden de tribunas, para que no se maten en la calle. País de salvajes. Sueño. Cansancio. Nos vamos. En unos días, el Esmad me hará la invitación más aburrida de toda mi vida.

    Larga marcha, corto párrafo

    Once de la mañana. Estoy al aire en Caracol Radio. Juanita Monsalve, productora de SoHo, me dice que me invitan a ponerme la armadura y acompañar al Esmad a cuidar una toma pacífica del Icetex. A mediodía salgo directo a una tanqueta que me lleva a la calle 19 con Caracas, donde la Policía va marchando detrás de un grupo de estudiantes con rumbo a la tercera con 18. En menos de 20 minutos estamos en el ala norte del Instituto. Nos forman contra la pared. Comienza a llover. Pasaré las próximas tres horas ahí, acosado por protestas y arengas de cajón, escurriendo agua por todas partes. Cagado del frío, viendo cómo una señora vende arepas con queso a 5 metros. No doy crédito a todo el tiempo que perdimos hoy… bueno, el crédito lo da el Icetex.

    El filo del mundo

    Buriticá queda en el filo de una montaña antioqueña que se cruza en el camino de quienes van por carretera a Urabá, a 127 kilómetros de Medellín, al pie de Cañasgordas. De la carretera central hay que desviarse unos minutos por un camino que tiene montaña a un lado y abismo al otro. Para donde usted mire hay minas artesanales (en triste situación de ilegalidad) que derraman sobre las laderas el material sobrante, repleto de químicos. Es gente buena la de este pueblo, y de gran carácter. Buriticá era un cacique catío que se opuso a los españoles y fue capturado. Cuando lo llevaban esposado, en fila, con otros indígenas y atado a los conquistadores, se lanzó a un despeñadero, arrastrando a todos consigo. Nadie murió, excepto él, quemado, unos días después como castigo. En recuerdo suyo, y de su resistencia, el pueblo se llama así.

    En noviembre del año pasado, llegó el Esmad, cuya única tarea es acompañar y brindar seguridad a los funcionarios de la administración que verifican el cierre de las minas sin papeles y disponen el desmonte de construcciones que comerciantes atraídos por la fiebre del oro levantaron para ofrecer cuartos chicos y miserables a $500.000 y acoger prostitutas de todas las gamas, algunas cobrando hasta $1.000.000 por faena. Una de las edificaciones más grandes, en madera, era tan alta y estaba en una situación tan precaria que en el pueblo la llamaban ‘Space’. No se cayó; hubo que echarla abajo.

    Se entenderá que los de antidisturbios no fueron bien recibidos (entre otras, porque hay una multinacional extranjera que sí opera en la legalidad y cuenta con el respaldo del Estado). A su comandante, el mayor Carlos Alberto Conde, mientras dialogaba con la gente, le abrieron la cabeza con una piedra de las muchas que ese día llovieron por todas partes. Y ahí fue Troya. Los policías tuvieron que resistir en la diminuta carretera, apretados contra la montaña y con las profundidades a unos metros, mientras descubrían que las papas bomba de la universidad pública eran un cariño comparadas con las barras de Indugel de los furiosos mineros. Pero se quedaron. En algún momento hubo hasta tres secciones del Esmad; hoy hay entre 40 y 60 hombres en permanente presencia.

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    Duermen en un diminuto gimnasio-ludoteca que les prestó la Alcaldía, acomodados en carpas personales, ínfimas, que llaman iglú. Comparten dos estrechos baños, comen raciones tibias que les llegan empacadas en icopor, brillan al final de la jornada sus polvorientas armaduras con betún, tienen un televisor con DirecTV que pagaron entre todos, lavan y cuelgan ropa por todas partes y se entretienen de vez en cuando jugando microfútbol con los compañeros de la estación de policía del pueblo. La única cosa valiosa que tienen es la camaradería. Llevan semanas sin ver a los hijos; algunos, incluso, gracias a los disturbios nacionales de 2013, estuvieron hasta cuatro meses sin ir a casa. Uno de ellos me cuenta que su sección caminó un día de 5:00 de la mañana a 6:00 de la tarde, enfrentándose con los manifestantes cada tanto en plena carretera.

    Son las 8:00 de la noche. Dos o tres se quedan a ver un partido de fútbol y todos los demás nos vamos al iglú, excepto los que hacen guardia afuera, esos sí armados, protegiendo al grupo. Oigo voces en todas partes. Tratando de no ser oídos, susurran palabras de amor a sus esposas y a sus hijos a través del único operador cuya señal entra aquí. Prometen cosas, confirman cariño, solucionan problemas, tratan de estar durante estos minutos finales del día con sus familias.

    A las 5:00 de la mañana, despertada. Baño (con agua más fría que paleta de pingüino), lavada de dientes y uniformada. Nos reunimos en la plaza del pueblo y el capitán Manuel Mercado dice que vamos a tarea de verificación de que no estén nuevamente operando algunas minas sin papeles. En el platón de un par de camionetas de la Policía, nos llevan al sitio en dos viajes. Llegamos a un borde desde el que solo veo un peladero infinito que se pierde entre matorrales.

    Mercado me pregunta si quiero ir a la mina más cercana o a la de más abajo. Alguien le contó que tengo los pies llenos de clavos y me sugiere la de cercanías. Acepto. Uno de los gaseadores me pide que me ponga el chaleco que usa con su munición para que sienta las 12 libras que carga. Me da pena rechazar tan amable ofrecimiento. Arrancamos. A cada paso siento que me voy a desbarrancar y que voy a rodar como una bola de manteca hasta la China. Y eso que en este sendero los mineros han cruzado maderos para ayudarse en la bajada y, sobre todo, en la subida, que es lo más duro. Si no tienen mulas, llevan a hombros los bultos de material, que pueden pesar 80 kilos. Hay días de cero ganancias y otros de hasta 20 millones. “El hoyo te da todo”, dicen los mineros, quienes, recordemos, llegan a pagar hasta un millón de pesos por otro tipo de hoyo.

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    Tembloroso de piernas, llego a la boca de la mina clausurada. La cuida un tipo que nos cuenta que están “haciendo papeles con el Ministerio” para reabrirla. David Felipe, el fotógrafo, que tiene patas de cabra y buen equilibrio, toma unas fotos del grupo. Yo tomo aire antes de emprender el regreso. Esto es un vía crucis absoluto, y el Esmad lo hace diez y más veces por semana, por lo general, en minas perdidas en honduras como la que no quise visitar hoy. Incluso tienen que regresar ayudándose con sogas y con la protección, arriba, de la gente del Escuadrón Móvil de Carabineros (Emcar).

    Por poco no vuelvo a la carretera. Faltando unos metros, tengo que quitarme el casco y la pechera de la armadura para que me entre aire a los pulmones. Descansamos un rato y desayunamos con quesillo, arepa y unos huevos con salchicha bastante buenos. Tres policías vienen a compartir su agua conmigo. Hora de partir. El carro que me lleva a Medellín, y de ahí al José María Córdova, espera. Preguntan cuándo sale el artículo y si la revista es muy costosa. Antes de despedirme, les digo a todos: “Yo no podría hacer lo que ustedes hacen, pero les agradezco que ustedes lo hagan por la tranquilidad de mi familia”. Es la verdad.

    Disturbios turbios en la Nacional

    Vuelvo a Worf, el klingon de Viaje a las estrellas, y sus palabras: “Hoy es un buen día para morir”. Mientras me pongo las últimas piezas de la armadura, metido en la tanqueta frente a la Universidad Nacional, recuerdo que la frase perdió mucho valor desde que la usaron los productores de Duro de matar para titular la quinta parte de la serie de películas.

    La tanqueta es un espacio de relativa seguridad para los miembros del Esmad, aunque la intensidad de los explosivos puede llegar a afectarla y se le suele colar el gas, de manera que los operadores pasan tardes nada agradables cuando hay disturbios en las universidades públicas. El escuadrón las tiene de varias clases y referencias, pero en términos generales puede decirse que cuentan con 29 del tipo lanza-agua y 25 para transporte de personal. Tienen blindaje de nivel 3 a 5 y sus cañones disparan agua con 300 libras de presión, que sale de un tanque con capacidad para 5000 litros. Desde la mía, Muñoz dispara gas por una de las escotillas laterales para apoyar a los uniformados de a pie.

    La tanqueta me deja justo en el acceso peatonal de la calle 45, cerca de donde hace unos minutos una ambulancia se llevó al patrullero con el pie destrozado. Dos policías me cubren. Llegamos corriendo al refugio que ofrece una de las pequeñas construcciones a lado y lado de la reja principal (estamos justo en la que adorna un enorme grafito que dice “Libres”). Ahí me esperan el mayor Moreno y el coronel Méndez. Somos unos diez aquí; veo dos tanquetas entre nosotros y la construcción del otro lado, donde hay más policías. El piso está cubierto de piedras, palos y un montón de cosas que brillan. Recogen una y me la muestran; una especie de aro. Es parte de la metralla con que fabrican las papas bomba y que se convierte en proyectil cuando explotan cerca de un policía.

  • DarioLopez
    DarioLopezColaborador, EMC Subteniente
    Colaborador, EMC Subteniente
    Esto es muy diferente a un entrenamiento, en donde, pasados unos minutos de gas, piedra o agua, uno puede hacerse a un lado, arrear la madre tranquilo y tomar agua. Aquí, el que se quita el casco corre riesgo de muerte o lesión. Me protejo con un escudo y me invitan a dejar el resguardo del muro y avanzar unos metros para tener una idea más clara de la situación. Cuatro escudos más me protegen y a los lados tengo un par de policías con instrucciones de sacarme a rastras si la cosa se complica. Veo que corren encapuchados, a pocos metros de la reja, tirando cosas. Tienen una volqueta. Es de la Universidad, los manifestantes la robaron para usarla de defensa contra el gas y el agua. Los vigilantes de la portería hace rato se retiraron para no terminar en Urgencias.

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    Entonces, el piso tiembla mientras se me clava en el oído un ruido fuerte que me dejará un pito grabado por algunos minutos (la verdad es que el pito de esta y otras explosiones me acompañará por al menos una semana). Es una papa bomba que detona, al golpe con la tierra, cerca de donde estamos, justo entre los árboles y los teléfonos públicos. Me dan una palmada en la armadura y me piden que retroceda. Me volteo y regreso al cobijo que ofrece el muro para ganarme un importante llamado de atención: un Esmad siempre retrocede con la vista al frente, nunca da la espalda. La armadura es débil atrás y jamás hay que perder de vista al manifestante. No es un consejo: es una orden que debo cumplir.

    Pasados 45 minutos de entradas y salidas, acompañando a los gaseadores, quienes a su vez van cubiertos por los escuderos, y de ver volar una y otra vez papas bomba y molotov con gasolina, me invitan al separador central de la 30, donde podemos refrescarnos. Tienen una bolsa grande de agua Cristal y nos la vamos rotando de boca en boca, en un espacio que parece tranquilo.

    Una papa bomba explota en medio de la calle, casi entre las piernas de tres policías, frente a nosotros. ¿Cómo puede ser que una mano logre tal alcance? ¡Ni en las Grandes Ligas alguien tiene un brazo así! Es que algunos manifestantes profesionales, de esos que llevan 15 semestres estudiando y nada que se gradúan, han desarrollado una especie de morteros hechizos con tubos, lo que les permite alcanzar distancias considerables que ponen en riesgo no solo a los policías, sino a la gente que aún circula en sus carros en los costados lejanos de la entrada.

    Volvemos al muro solo para recibir de frente una nube de gas que trae el viento y que se mete por el casco. Un compañero me da consejos sobre cómo manejar la respiración mientras, también él, se “chupa” el gas. Si uno abre la boca, se le va muy dentro; hay que aguantar. Me recuerda que el efecto pasa rápido y no me deja quitarme el casco. ¿Por qué no usan máscaras de gas en estos casos? Las hay, pero cualquier golpe en el frágil filtro crea una entrada de gas tan efectiva que el policía tendría que retirarse el casco para librarse de la máscara y quedaría expuesto.

    Pasan dos horas de tos, moqueo y lágrimas, viendo cómo un puñado de personas, del otro lado de la reja, cree que está cambiando el mundo a punta de explosivos. Los mueve el rencor, los anima la increíble idea de construir un país mientras lo destruyen. Progresivamente se les acaban las papas y las molotov, que han ardido varias veces sobre el blindaje de las tanquetas. Los policías reciben la orden de no lanzar más gas.

    Llega un funcionario de la Defensoría del Pueblo con chaleco, que se acerca a la reja y dialoga con un representante de los manifestantes. Esto se acabó. Regresan los vigilantes de la universidad y podemos avanzar para recibir el parte del defensor. El coronel Méndez me previene. Entre todos los desperdicios y escombros suelen quedar papas bomba que no detonaron y puedo perder un pie si las piso. Esto no va más. Es hora de irme a casa. Tomo unas cuantas fotos a dos policías que me han visto sacar una cámara de entre la armadura y aprovecho para hacerme una junto a una tanqueta numerada como 17-0010. Me acuerdo otra vez del klingon Worf, que sirvió durante años en la nave Enterprise 1701-D. Antes de irme, me informan que Navarro, el patrullero de la papa bomba en el pie, se está recuperando. Afortunadamente para él, y para mí, este no era un buen día para morir.

    El Esmad se va, y me quedo esperando un taxi que no llega, aunque la circulación está plenamente restablecida. Llamo a mi mujer. Se ofrece a recogerme. Una hora después estoy en casa, anotando todo lo que recuerdo. Esta ha sido una de las crónicas más difíciles de mi vida, por la sencilla razón de que nunca pude anotar nada: las manos las necesitaba para protegerme y los ojos estaban siempre atentos a una agresión. Justo hoy, el día de los disturbios de la Nacional, nace el final del texto sobre mis semanas como “miembro” del Esmad. Llega de la mano de mi hijo menor.

    Papá es Darth Vader

    Cuando Pacho, de 6 años, ve una foto mía con la armadura, dice: “Mamá, ¿qué hace papá con todos esos Darth Vaders?”. ¿Cómo es posible que los Esmad que he conocido, sacrificados y valientes, sean comparados por un alma diáfana con uno de los personajes más malos del universo? Hoy puedo explicárselo a Pacho y a todo aquel que no lo entienda: parecen malos precisamente porque no lo son. En la medida en que su apariencia intimide, hay más posibilidades de que los manifestantes desistan. Su tarea es disuadir, por eso el protocolo de acción arranca con pedir que la gente se retire, hacer formaciones para demostrar unidad y fuerza, tratar de dispersar a la multitud con lacrimógenos y pimienta y evitar a toda costa la confrontación.

    No nacieron para maltratar a la gente. De hecho, sé por boca de muchos que diligencias como la de desalojo les parten el corazón. Pero están para cumplir la ley, no para interpretarla. El intendente Gutiérrez lo plantea muy lógicamente: “El mejor procedimiento es el que no se hace. Nos interesa volver completos, sin haberle causado daño a nadie y sin problemas legales”. Ellos son la fuerza del Estado, expresada de una manera responsable, pero contundente. ¿Hay excesos? Sí, de parte y parte, como en todo choque de poderes, pero el Esmad siempre contará con algo que nadie garantiza para quienes los enfrentan y se sobrepasan: investigaciones y sanciones.

    Ojalá viviéramos en un país donde el bloqueo de vías no amenazara con dejar sin alimento a las ciudades y pueblos. Uno donde la gente protestara civilizadamente sin destruir y manchar la propiedad ajena; un país en el que los derechos se hicieran valer con el diálogo y no con explosivos. Lo queremos todos y lo quiere, créanme, cada integrante del Esmad, ese grupo al que es fácil —figurada y realmente— tirarle piedra. No los voy a defender. Ellos están perfectamente entrenados para defenderse solos. Y para defenderlo a usted.

    http://www.soho.com.co/zona-cronica/articulo/un-mes-en-el-esmad-por-gustavo-gomez/33771
  • DarioLopez
    DarioLopezColaborador, EMC Subteniente
    Colaborador, EMC Subteniente
    Grupo ESMAD atiende desabastecimiento de agua en Neiva

  • DarioLopez
    DarioLopezColaborador, EMC Subteniente
    Colaborador, EMC Subteniente
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    Durante la semana a Bogotá fueron trasladadas aproximadamente 120 unidades del ESMAD desde diversos lugares del país; igualmente, en las últimas horas desde Catam se transportaron 140 más a Neiva y 70 a Valledupar que serán distribuidos en los diferentes municipios de estos dos departamentos, para asegurar además la libre movilización en las diferentes vías de estas regiones de Colombia.

    Créditos: Pagina Fuerza Aérea Colombiana
  • F15
    F15Forista Técnico de Cuarto Grado
    Forista Técnico de Cuarto Grado
    Curso ESMAD internacional. :D

  • DarioLopez
    DarioLopezColaborador, EMC Subteniente
    Colaborador, EMC Subteniente
    Editado Fri, 22 August 2014 #33
    Esmad en la E+S+S
    Feria de Seguridad 2014


    afectaciones producidas con papas bomba
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    flecha metálica.
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    Editado por DarioLopez on
  • DarioLopez
    DarioLopezColaborador, EMC Subteniente
    Colaborador, EMC Subteniente
    Editado Fri, 22 August 2014 #34
    Lanzador Paper ball tac 700
    Carga: 200 bolas de pimienta.
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    fusil Lanza gas AM600
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    Editado por DarioLopez on
  • DarioLopez
    DarioLopezColaborador, EMC Subteniente
    Colaborador, EMC Subteniente
  • Enrique
    EnriqueEMC Brigada
    EMC Brigada
    dlopez escribió :
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    Siempre me he preguntado, ¿Cuantos de estos tendrá la PONAL? Para mi que por pocos 20, 2 por cada ciudad principal.

    Saludos
  • F15
    F15Forista Técnico de Cuarto Grado
    Forista Técnico de Cuarto Grado
    Editado Sat, 27 September 2014 #37
    Enrique escribió :
    dlopez escribió :
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    Siempre me he preguntado, ¿Cuantos de estos tendrá la PONAL? Para mi que por pocos 20, 2 por cada ciudad principal.

    Saludos

    No lo creo, deben ser mas, muchos mas, por las mañanas cuando paso por el comando de la Metropolitana de Cali, siempre hay al menos 4 o 5 tanquetas de varios modelos, en otra estación de Policía del centro que queda en una olla del centro siempre hay otras 2 o 3 de las mas grandes (creo que es una estación del ESMAD).
    Editado por DarioLopez on
  • DarioLopez
    DarioLopezColaborador, EMC Subteniente
    Colaborador, EMC Subteniente
    Editado Sat, 27 September 2014 #38
    F15 escribió :
    Enrique escribió :
    dlopez escribió :
    s7LsNsr.jpg

    Siempre me he preguntado, ¿Cuantos de estos tendrá la PONAL? Para mi que por pocos 20, 2 por cada ciudad principal.

    Saludos

    No lo creo, deben ser mas, muchos mas, por las mañanas cuando paso por el comando de la Metropolitana de Cali, siempre hay al menos 4 o 5 tanquetas de varios modelos, en otra estación de Policía del centro que queda en una olla del centro siempre hay otras 2 o 3 de las mas grandes (creo que es una estación del ESMAD).

    Los días que se generan las pedreadas en la Universidad Pedagógica, he observado que trabajan dos grupos, un grupo a pie acompañado de dos o tres blindados por la calle 72 y otro grupo a pie por la calle 73 con otros dos o tres vehículos y un vehículo también blindado que no tiene manguera, que yo supongo es para los detenidos.

    Y aparte estacionan otros vehículos en las calles laterales a la espera; mal contados de 11 a 12 vehículos y si analizamos que la Universidad Distrital también hay otro grupo permanente, creería que son mas de 20 vehículos.

    No les he podido tomar foto por que los mismos estudiantes arremeten contra la gente que esta por esos lados.

    Un cordial.
  • wilderbjj
    wilderbjjForista Técnico de Quinto Grado
    Forista Técnico de Quinto Grado
    En la estación de Policía de mi barrio en Barranquilla mal contados siempre veo paqueados de tres a cinco vehículos.
  • DarioLopez
    DarioLopezColaborador, EMC Subteniente
    Colaborador, EMC Subteniente
    Editado Sat, 25 October 2014 #40

    Violentos choques entre partidarios de las FARC y la Policía de Bogotá

    Un grupo de afiliados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se enfrentaron con la policía antidisturbios de Bogotá el viernes durante una marcha supuestamente convocada para honrar la memoria del comandante del Bloque Oriental de las Farc Víctor Julio Suárez Rojas, alias ‘el Mono Jojoy', asesinado en 2010, informa Ruptly.




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