Grandes Estrategas y Batallas de la Historia
Forista Soldado
En este debate invito a todos los foristas de América militar a debatir sobre grandes líderes militares y grandes batallas a lo largo de la historia bienvenidos
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"He visto al espíritu del mundo montado a caballo". Con esta contundencia describió el filósofo alemán Friedrich Hegel la impresión que le causó la visión deNapoleón Bonaparte (1769-1821) dirigiendo a sus ejércitos. A pocos escapa la destreza militar del francés, pero hemos comprobado de nuevo que, aunque pasen los siglos, el emperador galo sigue despertando una increíble admiración. Tras haber realizado una amplia votación entre varios historiadores, el "pequeño corso" ha ganado una nueva batalla, pues ha sido elegido por los expertos como el mayor genio militar de la Historia.
El segundo lugar en este pódium de líderes castrenses es para Julio César (100-44 a.C.), protagonista indiscutible de la historia romana. El tercer puesto se lo disputan Guillermo el Conquistador (1028-1087), héroe de la batalla de Hastings, y Alejandro el Magno (356-323 a.C.), cuya lista de guerras está encabezada por la conquista del Imperio Persa.
Factores que convierten a un soldado en un líder
¿Cómo es posible valorar numéricamente la capacidad de liderazgo de un militar? En realidad, hay muchísimos factores que intervienen a la hora de aupar a un guerrero hasta el Olimpo de la genialidad bélica: la extensión de las tierras conquistadas, el potencial numérico de las tropas, la capacidad para obtener el apoyo incondicional de los soldados, el talento para tomar decisiones estratégicas apropiadas, las consecuencias históricas de las batallas libradas... Pasándonos al lenguaje militar, podríamos esquematizar todos estos elementos en cuatro factores esenciales que describen el "trabajo" de un genio militar: estrategia, táctica, capacidad de mando e incidencia histórica.
La estrategia es el arte que permite a un general llegar a un enfrentamiento armado con condiciones ventajosas sobre su adversario, mientras que con táctica entendemos los movimientos y las soluciones con los que se gana una batalla. ?Un buen estratega es el que ve una guerra en términos generales, en términos diplomáticos, mientras que el táctico es el que sabe conducir a las tropas de forma efectiva?, matiza el historiador Carlo Caranci. "Rommel es un buen ejemplo. Era un excelente táctico y dirigía a sus soldados magistralmente en cada batalla, pero no tenía visión general de la guerra, así que era un estratega limitado".
El tercer factor que hemos tomado para valorar a los militares es la capacidad de mando, el talento de un general para guiar y motivar a sus tropas, para que éstas perciban tanto el liderazgo de su superior como su cercanía humana. El cuarto elemento de valoración es la incidencia histórica, ese afán que poseen casi todos los grandes hombres de dejar su sello en la Historia y cambiar su curso si es posible.
También hay que valorar que no se trata de carreras militares en abstracto, sino que todos estos líderes están marcados por la época en la que lucharon, y la propia definición de liderazgo varía con el paso del tiempo. Por ejemplo, en La Máscara del Mando, el historiador británico John Keegan señala que el perfil de genio militar ha evolucionado con el paso de los siglos debido a la transformación de los campos de batalla o al desarrollo tecnológico.
Una lista inicial en la que sólo sobreviven los mejores
Tomando estos cuatro factores como elementos de valoración, hemos solicitado a varios expertos que puntuaran de 1 a 10 a veinte caudillos militares de todos los tiempos. Sólo los genios más valorados han logrado pasar la criba y conformar la lista de los quince líderes militares de la Historia, pero otros han perdido esta batalla.
En nuestra selección inicial, rescatamos de la Antigüedad a cuatro hombres que siempre han fascinado a los estudiosos de la guerra: Alejandro Magno, cuyo Imperio se extendía desde Grecia a India; Aníbal Barca, que infligió derrota tras derrota a los romanos; Escipión el Africano, invicto en todos sus frentes; y Julio César, derrotado en algunas batallas pero vencedor de todas las guerras.
Del Medievo emerge Carlomagno, unificador de Europa; Guillermo I el Conquistador, autor del único desembarco exitoso en Inglaterra; Saladino, unificador del mundo musulmán; Gengis Khan, artífice de un imperio desde Rusia hasta China; y Tamerlán, digno heredero del mongol. En la Edad Moderna nos encontramos con el único español de este listado, Gonzalo Fernández de Córdoba, que firmó importantes victorias para los Reyes Católicos; el duque de Marlborough, vencedor en 4 batallas campales y 21 asedios; Eugenio de Saboya, uno de los más brillantes alentadores de tropas; Federico II de Prusia, magnífico teórico de la guerra y genial estratega; Napoleón, la esencia misma del liderazgo; y Wellington, capaz de lograr victorias desde la India hasta España.
Por el siglo XX desfilan algunos nombres que se han grabado con fuerza en el imaginario colectivo como Lawrence de Arabia, auténtico genio de la guerrilla; Rommel, excelente táctico; Zhukov, "bestia negra" de la Alemania nazi; y Patton, maestro de las fuerzas acorazadas.
El Olimpo bélico al que accede también un español
Acumulando 38 puntos, el vencedor de esta votación ha sido el gran Napoleón Bonaparte, en el que se suman mando político y militar, algo habitual entre los líderes hasta la Edad Moderna. El francés supo rentabilizar como nadie esta duplicidad, que trasladó al campo de batalla. "Ha sido el mejor planificador militar de la Historia. Como buen ajedrecista, siempre iba 40 jugadas por delante de su adversario", resume Juan Antonio Guerrero. "Tácticamente era casi imposible vencerle". Juan Carlos Losada recuerda otra de las características por las que Napoleón preside este pódium: "Infundía en sus tropas un espíritu combatiente desconocido hasta aquel momento. Apelaba a los valores revolucionarios y conseguía magnetizar a sus tropas". Con una valoración de 36 puntos, Julio César asciende al segundo escalón, pero con un liderazgo discutido. "Era un gran estratega que, tras heredar una férrea estructura del ejército romano, supo adaptarla ante los bárbaros", señala Guerrero. Pero Losada recuerda que hay que relativizar su figura ya que "Julio César engrandecía las fuerzas de sus enemigos para engrandecer sus propias victorias".
Podemos estar orgullosos de vislumbrar en la lista a nuestro patrio Gran Capitán, don Fernando González de Córdoba (1453- 1515), que hizo un magnífico uso de sus dotes militares durante el reinado de los Católicos. "Él era la espada y Fernando el político", resume Guerrero. El Gran Capitán es el español más valorado, pero, según los historiadores, nuestro país también ha dado a luz otros excelsos militares como Hernán Cortés o Pizarro, que "al margen de su catadura moral, fueron capaces de dominar imperios con escasos hombres", recuerda Losada. Son los genios de los campos de batalla.
Por qué Alemania perdió la batalla por Stalingrado
Un punto de inflexión para la Unión Soviética
La batalla de Stalingrado (1942-1943), entre la Alemania nazi y la Unión Soviética, no solo es la batalla más importante de la Segunda Guerra Mundial, sino también una de las más importantes de toda la historia militar. Terminó con la victoria de los soviéticos, que supuso un punto de inflexión para el Frente Oriental. También fue el primer caso en el que se detuvo la máquina de guerra alemana.Pero, ¿qué llevó a este doloroso fracaso?
El elemento esencial consiste en el liderazgo defectuoso del ejército alemán y, por supuesto, en el deseo de los rusos de no ceder la ciudad que lleva el nombre del líder. Sin embargo, no es tan simple, ya que es una combinación de factores que llevaron al desastre alemán en Stalingrado. Ambos bandos han cometido sus errores, al igual que ambos bandos, siendo muy buenos en ciertas características de la guerra, pero hay ciertos factores que concluyeron en una mala combinación.
Hitler se tomó la guerra personalmente
Debido a que Hitler vio la guerra en términos personales, en el sentido de rivalidad con Stalin, decidió atacar la ciudad, aunque el propósito principal del VI Ejército era ocupar las reservas de petróleo en el Cáucaso. El recurso era fundamental para la maquinaria de guerra alemana, siempre quedándose sin combustible. Aunque sabía esto, decidió atacar la ciudad al norte del campo petrolero, dividiendo sus fuerzas; lo que resultó en un error masivo. Envió algunas tropas al sur para conquistar la región con petróleo. El resto de las tropas estaban destinadas a conquistar una ciudad sin importancia estratégica.
Por lo tanto, asignó muy pocos recursos y personas para su gran propósito, lo que hizo que las posibilidades de conquista fueran muy pequeñas. Desde entonces se sabía, en tecnología militar (como se la conoce hoy), que los atacantes deben tener una ventaja numérica de al menos 3 a 1 para tener éxito frente a los defensores. Este no fue el caso en absoluto, los alemanes eran de hecho más numerosos; lo que sucedió de todos modos en todas las grandes batallas en el Frente Oriental.
Además, durante el ataque, los alemanes no lograron empujar a las fuerzas soviéticas hacia los flancos, lo que provocó que el Sexto Ejército quedara atrapado en una pinza. La determinación / obsesión de Hitler le hizo intervenir con frecuencia en el establecimiento de la estrategia, lo que agravó la situación de sus soldados. Pero Stalin aprendió de sus errores y dio más libertad a sus comandantes, dejando que los verdaderos expertos militares hicieran su trabajo, lo que resultó ser un movimiento muy inspirador.
El comandante del 62º Ejército Soviético que defendía la ciudad era Vasily Chuikov, quien con tan solo 42 años demostró ser un excelente estratega y un líder que inspiró a sus subordinados, estableciendo una formidable defensa. Supo aprovechar las ruinas de la localidad a su favor, oponiendo una fuerte resistencia a los atacantes. El poder de la fuerza aérea alemana, la Luftwaffe, fue famoso y jugó un papel importante en la destrucción casi total de Stalingrado, pero esta aparente ventaja del Eje provocó que la infantería alemana se viera expuesta al fuego de los francotiradores soviéticos con horizontes libres.
Los soviéticos estaban muy cerca de perder
Incluso en estas condiciones desfavorables, el entrenamiento y la disciplina de los alemanes hicieron que el 90% del territorio de Stalingrado cayera en sus manos, llegando al Volga. Aquí, sin embargo, intervino la superioridad táctica de los soviéticos. En el norte y sur de la ciudad, los rusos reconstruyeron en secreto sus fuerzas, un secreto que, sorprendentemente, el servicio de inteligencia alemán no detectó. Las tropas soviéticas al mando del general Zhukov atacaron el flanco del Sexto Ejército mientras continuaba destruyendo las últimas regiones de resistencia soviética.
Los rusos atacaron deliberadamente a los aliados de Alemania, es decir, rumanos, húngaros e italianos, porque predijeron que no tendrían la fuerza de los alemanes. El ataque tuvo lugar el 23 de noviembre de 1942 rodeando al VI Ejército. Cerca de 250.000 soldados rumanos, mal equipados y alimentados, agrupados en dos ejércitos (3º y 4º), flanqueaban al 6º Ejército alemán al norte y al sur.
Al final de la batalla que cambió el rumbo de la guerra, Rumania registró 158.854 bajas (muertos, heridos, desaparecidos), lo que representa dos tercios de las tropas. Fue el mayor desastre en la historia de los rumanos, y los alemanes culparon al ejército rumano del fracaso de Stalingrado.
Hitler, que se creía un genio militar y confiaba en la motivación de las tropas alemanas, ordenó al VI Ejército que no se retirara, aunque estuviera completamente rodeado. Esta audacia de Hitler (desde la comodidad de su propia oficina, lejos del frente y de su realidad) hizo que los generales fueran incapaces de actuar según el contexto en el frente.
Un contexto cada vez más lúgubre para el soldado de a pie del Eje que se encontraba sin provisiones, sin equipamiento de invierno (finales de noviembre ya significaba invierno), rodeado y acosado por los rusos. El general Paulus, que comandaba el Sexto Ejército, podría retirarse en las semanas de la contraofensiva soviética en noviembre.
Además, la Luftwaffe no pudo abastecer al ejército sitiado, lo que significó otro golpe para la moral de los soldados.
Una pequeña victoria para los alemanes fue el 19 de diciembre, a pesar de que era pleno invierno, el general alemán Eric von Manstein logró llegar a Stalingrado. Sus fuerzas se acercaron a 30 kilómetros del sexto ejército sitiado, pero Paul se negó a atacar para hacer el cruce debido a las órdenes de Hitler. Si este último ofrecía más flexibilidad a los generales, Paul podría haber salvado la vida de los soldados.
Finalmente, Von Paulus (ascendido al rango de mariscal de campo el día antes de rendirse) violó las órdenes de Hitler de luchar hasta el último hombre, y el 2 de febrero de 1943, se rindió con el resto de los soldados del Eje. Medio millón de soldados alemanes, rumanos, húngaros, italianos, etc. murieron, ya sea por los rusos o por el frío.
Cuando el Ejército Rojo lanzó su contraofensiva ante Moscú, el 5 de diciembre de 1941, se certificó el fracaso de la Blitzkrieg alemana como doctrina operacional victoriosa de la Segunda Guerra Mundial. El concepto de partida de esta forma de hacer la guerra, más conocida como Bewegungskrieg (guerra operacional de movimientos), formaba parte de las teorías militares germanas desde mucho tiempo atrás, y tuvo su origen en su ubicación geográfica. Situadas en el centro de Europa, tanto Prusia primero como Alemania después fueron muy conscientes de que una guerra larga solo podía serles desfavorable, de modo que se planteó la necesidad de conseguir una gran victoria operacional por medio de unaVernichtungsschlag (batalla de aniquilación) que, con la derrota total del ejército enemigo, llevara a su derrota estratégica. El modelo de batalla de este tipo que tomaron inicialmente los altos jefes militares germanos fue la derrota romana ante Aníbal en la batalla de Cannas, en el año 216 a.C., sin embargo 1870 les brindaría un ejemplo contemporáneo que iba a incrustarse profundamente en la psique colectiva de su Estado Mayor General, la derrota francesa en Sedán a primeros de septiembre.
Un soldado de la Wehrmacht camina hacia el cadáver de un enemigo, mientras un BT-7 arde al fondo. Sur de la Unión Soviética, Operación Barbarroja, 1941.
Tras considerarse certificada la validez del argumento, se intentó utilizar el mismo modelo militar en las dos guerras mundiales. En la Primera, el Plan Schlieffen fue un ejemplo fallido del planteamiento, y la ofensiva de Tannenberg, en el este, un éxito, aunque menor que, tras la derrota de 1918, serviría –junto con la llegada de nuevos medios, como los Panzer– como excusa para volver al mismo planteamiento en 1939, esta vez con un éxito rotundo. Ese año caía Polonia, al siguiente, Francia en apenas seis semanas, y después, Yugoslavia y Grecia. Todo estaba listo para el gran enfrentamiento, la invasión de la Unión Soviética.
Según el historiador Karl-Heinz Frieser, sin embargo, la Blitzkrieg era un espejismo que había obtenido sus éxitos no porque la teoría fuera buena, sino gracias a las iniciativas concretas de mandos señalados sobre el terreno; y el sentimiento de superioridad que generó de cara a su aplicación en la Unión Soviética acabó en un desastre. Aun así, los primeros meses fueron una sucesión de éxitos resonantes. Las grandes bolsas de Bialistok-Minsk, Smolensko, Luga, Kiev o Viazma-Briansk, por citar tan solo unas pocas (véase Glantz, D. (2017): Choque de Titanes. Madrid: Desperta Ferro Ediciones), rindieron cientos de miles de prisioneros soviéticos, pero la “aniquilación” no había sido suficiente, y las victorias operacionales no llevaron a la esperada victoria estratégica, el Ejército Rojo no solo iba a seguir luchando, sino que además contratacó ante Moscú.
Prisioneros rusos capturados en Viazma-Briansk, hasta 650 000 según las fuentes alemanas, esperando para ser trasladados a un campo de prisioneros. Rusoa, 2 de noviembre de 1941.
Ambos contendientes afrontaron el año 1942 de un modo nuevo. Para el Ejército Rojo de Stalin, a la sombra del éxito ante Moscú, había que desencadenar tantos contrataques como fueran posibles, lo que llevaría, entre otras, a la segunda batalla de Járkov; para la Wehrmacht, había que reagrupar las unidades, reabastecerlas y reforzarlas para volver al ataque, pero esta vez iba a ser en un frente más estrecho, el del sector sur, y con unas premisas distintas. La base de las operaciones germanas en el verano de 1942 fue la Directiva del Führer n.º 41 (5 de abril de 1942), de la que podemos extraer dos ideas fundamentales: que los alemanes consideraban que la Unión Soviética había sufrido un profundo desgaste: “El enemigo ha sufrido bajas severas en hombres y en material. En su esfuerzo por explotar lo que consideró como éxitos iniciales, ha gastado, durante el invierno, el grueso de las reservas previstas para las operaciones posteriores”; y que para derrotarlo definitivamente había que acabar con sus recursos: “Nuestro objetivo es acabar con la totalidad del potencial defensivo que aún tienen los sóviets, y aislarlos, tanto como sea posible, de los núcleos más importantes de su industria de guerra”.
En lo que al desgaste biológico se refiere, es importante citar una declaración de Reinhard Gehlen, recién llegado al frente del Fremde Heere Ost (ejércitos extranjeros este), el organismo de información que se encargaba de evaluar la capacidad del Ejército Rojo, quien afirmó ante la Kriegsakademie (academia de la guerra), el 9 de junio de 1942, que: “El adversario ya no puede permitirse, sin consecuencias, sufrir bajas como las de las batallas de Bialistok, Viazma y Briansk. No podrá, por segunda vez, enviar al ataque reservas en la misma cantidad que las utilizadas en el invierno de 1941-42”. También es importante la cuestión industrial. Según las estimaciones alemanas, una vez alcanzados el Volga y el Cáucaso la Unión Soviética habría perdido el 81% (aproximado) de su producción de carbón, el 95% del manganeso, el 90% del petróleo y entre el 50% y el 65% del aluminio, acero en bruto, y mineral del hierro, por citar tan solo algunas materias primas básicas.
Soldados de las SS durante la Operación Fall Blau, julio-agosto de 1942.
Hay que sumar a estos razonamientos el hecho de que la Operación Blau, la ofensiva hacia Stalingrado, siempre según la directiva n.º 41, planteaba una nueva forma de operar. “La experiencia nos ha demostrado que los rusos no son muy vulnerables a los movimientos de cerco operacional. En consecuencia, es de una importancia decisiva que, como en la batalla doble de Viazma-Briansk, las penetraciones del frente tomen la forma de movimientos en tenaza de menor envergadura. Debemos evitar cerrar la pinza demasiado tarde, dando con ello la posibilidad al enemigo de evitar su destrucción. No debe suceder que, al avanzar demasiado rápido y lejos, las formaciones acorazadas y motorizadas pierdan contacto con la infantería que las sigue […]”.
Así, la represión de las grandes operaciones móviles y el aumento en importancia de las ideas citadas en la directiva marcaban el fin de la Blitzkrieg pura, tal y como había sido empleada en Francia, y daban inicio a una guerra de desgaste que los alemanes perderían finalmente en Kursk en 1943, punto final de una pendiente que se inició a las puertas de Stalingrado.
La historia nunca contada de la batalla de tanques más feroz del mundo
Hace 30 años, miles de tanques se enfrentaron en un campo de batalla en el desierto. Hoy, "Fright Night” ("La noche del horror") todavía persigue a veteranos de la Guerra del Golfo.
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Published 2 de marzo de 2021 10:30 GMT-3
La batalla de tanques más campal en la historia de las guerras no se libró contra los nazis en Europa o en el norte de África, sino que fue hace apenas 30 años, en el desierto de Irak.
La Operación Sable del Desierto, la ofensiva terrestre de cuatro días de la operación militar de seis semanas conocida como Tormenta del Desierto, involucró una feroz campaña de tanques contra tanques que superó incluso la salvaje batalla de Kursk de la Segunda Guerra Mundial, que vio a unos 6.000 tanques alemanes y soviéticos en batalla durante un extenuante período de seis semanas.
"Kursk fue más grande si se considera toda la campaña", dice el coronel e historiador retirado Gregory Fontenot, quien comandó un batallón de tanques en lo que quizás fueron las pocas horas más intensas de la Tormenta del Desierto, una noche libre que los participantes más tarde llamaron Fright Night ("La noche del horror").
"Pero nunca hubo una batalla, antes o después de la Tormenta del Desierto, en la que más de 3.000 tanques, más miles de vehículos blindados hayan luchado en el transcurso de no exactamente 36 horas".
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En tres encuentros épicos, apodados 73 Easting, Medina Ridge y Fright Night (oficialmente conocida como la Batalla de Norfolk), gigantes blindados de ambos lados se enfrentaron implacablemente de boca a boca, convirtiendo el extenso desierto en la galería de disparos de tanques más concentrada de la historia.
Para los millones de estadounidenses que permanecieron pegados a sus televisores a fines de febrero de 1991, las noticias provenientes de Kuwait fueron implacablemente triunfantes. Las tropas aliadas estaban aplastando a fondo a las fuerzas del dictador iraquí Saddam Hussein, invadiendo sus posiciones y expulsándolas de Kuwait, el pequeño país rico en petróleo que el ejército de Hussein había invadido en agosto anterior.
Los informes noticiosos mostraron flotas de tanques aliados rugiendo por el desierto como una estampida de búfalos, derrotando a los tanques de fabricación rusa de Irak, convirtiéndolos en columnas de fuego y humo. Según los informes, grupos de soldados iraquíes se rindieron sin luchar. Las imágenes sombrías de cadáveres iraquíes quemados, con las manos carbonizadas dobladas por la muerte, parecían servir como lecciones objetivas sobre los peligros de desafiar el poder de los "buenos" del mundo.
Cuando todo terminó, menos de cien horas después de que comenzara la ofensiva final, aquellos de nosotros que estábamos viendo la televisión escuchamos los informes de víctimas: 292 soldados de la coalición muertos, en comparación con decenas de miles de soldados iraquíes. Sentados en nuestros cómodos sofás, nos miramos y dijimos: "Bueno, eso fue fácil".
Solo que no fue fácil.
Desde el momento en que Irak invadió a su vecino más pequeño al sur el 1 de agosto de 1990, una serie de naciones del mundo condenaron la acción. Durante los meses siguientes, liderada por Estados Unidos, se reunió una fuerza militar masiva de 35 naciones en la vecina Arabia Saudita. Aparentemente, la presencia militar tenía como objetivo evitar que Irak invadiera Arabia Saudita. Pero no era ningún secreto que, si Irak persistía en ocupar Kuwait, la coalición actuaría para hacer retroceder a las fuerzas iraquíes a través de su propia frontera.
"En primer lugar, nunca digas que fue una guerra de cien horas; eso fue para la Fuerza Aérea y otro personal militar que comenzó a interactuar con los iraquíes en enero", dice Fontenot, sentado en el estudio de su casa en Lansing, Kansas. Detrás de él cuelga una pintura de dos tanques estadounidenses que cargan contra el espectador, "de la forma en que los iraquíes los vieron".
El 17 de enero de 1991, la coalición inició ataques aéreos contra Irak, bombardeando bases de misiles y otras instalaciones militares. Mientras tanto, las tropas terrestres en Arabia Saudita se entrenaron para la guerra en el desierto mientras había peleas aisladas entre los dos lados a lo largo de la frontera con Arabia Saudita.
A mediados de febrero, las fuerzas de la coalición parecían concentrar su atención en la ciudad de Kuwait, la capital portuaria de la nación ocupada. Cuando los barcos de guerra se reunieron en alta mar, los iraquíes se convencieron de que el asalto esperado se centraría en la costa.
Pero mientras los iraquíes estaban preocupados por el porche delantero de Kuwait, la coalición atacó por la puerta trasera: el 24 de febrero, una de las fuerzas de tanques más grandes jamás reunidas —más de 3.000— más miles de vehículos blindados de apoyo e infantería rugieron a través de la vasta frontera iraquí-saudí apenas vigilada que se extendía hacia el oeste. El comandante general Norman Schwarzkopf había ideado un gran plan que llamó el "gancho de izquierda": Los tanques de la coalición se precipitarían hacia el norte en Irak por una distancia determinada, luego girarían abruptamente hacia el este, empujando hacia la ciudad ocupada de Kuwait y destruyendo toda la resistencia enemiga en el camino.
"Una vez un soldado, siempre un soldado"
Paul Sousa está mirando un enorme tanque M1A1 Abrams con el afecto de un hombre de mediana edad reunido con su primer automóvil. Tiene 10 metros de largo y pesa casi 68 toneladas, pero para él es un dulce juego de ruedas.
"Esta es mi bestia", sonríe. “Estuve en estas cosas durante 18 años. Para la Tormenta del Desierto, estuve en uno durante 100 horas seguidas, solo salí para ir al baño, o para ayudar a cargar combustible, o sostener una ametralladora mientras los otros muchachos cargaban combustible".
Unos 1.900 de estos monstruos fueron enviados contra los iraquíes en la Tormenta del Desierto. El enemigo tenía miles de tanques en servicio de la era soviética, pero nada para igualar la potencia de fuego en la punta de los dedos de Sousa, un artillero de la 1ª División de Caballería.
Las versiones modernizadas del M1A1 todavía están estacionadas en todo el mundo, pero esta en particular, ubicada en una esquina de los 6225 metros cuadrados del Museo de la Herencia Estadounidense en Stow, Massachusetts, es el único tanque de este tipo en exhibición pública en el mundo
Severino16 escribió: juan_david escribió:
Cuando el Ejército Rojo lanzó su contraofensiva ante Moscú, el 5 de diciembre de 1941, se certificó el fracaso de la Blitzkrieg alemana como doctrina operacional victoriosa de la Segunda Guerra Mundial. El concepto de partida de esta forma de hacer la guerra, más conocida como Bewegungskrieg (guerra operacional de movimientos), formaba parte de las teorías militares germanas desde mucho tiempo atrás, y tuvo su origen en su ubicación geográfica. Situadas en el centro de Europa, tanto Prusia primero como Alemania después fueron muy conscientes de que una guerra larga solo podía serles desfavorable, de modo que se planteó la necesidad de conseguir una gran victoria operacional por medio de unaVernichtungsschlag (batalla de aniquilación) que, con la derrota total del ejército enemigo, llevara a su derrota estratégica. El modelo de batalla de este tipo que tomaron inicialmente los altos jefes militares germanos fue la derrota romana ante Aníbal en la batalla de Cannas, en el año 216 a.C., sin embargo 1870 les brindaría un ejemplo contemporáneo que iba a incrustarse profundamente en la psique colectiva de su Estado Mayor General, la derrota francesa en Sedán a primeros de septiembre.
Isoroku Yamamoto
(Nagoaka, Japón, 1884 - Islas Salomón, 1943) Almirante japonés. Fue el organizador del ataque sorpresa a la base naval de la Marina Estadounidense en Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941.
Era el sexto hijo de un profesor, Sadakichi Takano, miembro de una antigua familia de samurais. Realizó sus estudios secundarios en la Escuela de Nagaoka. Se graduó en la Academia Naval Japonesa en 1904 y sirvió en la Guerra Ruso-japonesa, a bordo del barco "Nisshin", con el grado de guardiamarina. Fue herido por un cascote de una granada durante la batalla de Tsushina, lo que le costó la pérdida de dos dedos.
Isoroku Yamamoto
En 1906 murieron sus padres, y fue adoptado por la familia Yamamoto, de la que tomó el apellido. Se graduó en el Colegio Naval de Guerra en 1916. Fue destinado en 1919 a Estados Unidos como asistente del agregado militar de la embajada japonesa en Washington. En 1920 viajó a Inglaterra como miembro de la delegación japonesa que asistió a la Conferencia de Londres de Desarme.
En 1922 se matriculó en la Universidad de Harvard para completar su formación. A su regreso a Japón se convirtió en oficial ejecutivo de la Base Aérea Naval de Kasumigaura e instructor del Colegio Naval de Oficiales. Regresó a la embajada en Estados Unidos en diciembre de 1925 como agregado Naval, donde se distinguió como un gran diplomático. Fue en este período cuando se dio cuenta de que, en caso de guerra con los Estados Unidos, se debía de asestar un golpe por sorpresa a la flota americana en Pearl Harbour.
A su vuelta a Japón en 1927 recibió el mando del portaviones "Akagi"; poco tiempo después fue puesto al frente de la oficina de la Aviación Naval en el Cuartel General del Ejército. En octubre de 1933 se convirtió en el comandante de la 1ª División Aerotransportada. Le siguieron varios destinos en el Estado Mayor del ejército, período que aprovechó para realizar numerosos viajes a países de Europa y América, con el fin de conocer el funcionamiento de sus respectivas marinas.
Destacó el viaje que efectuó a Inglaterra en 1934 como representante del emperador de Japón en las negociaciones destinadas a la firma de un acuerdo sobre la reducción de armamento. Fue nombrado en diciembre de 1935 viceprimer ministro de la Marina Japonesa y ascendido a la categoría de vicealmirante. Desde su cargo trató de oponerse a la firma de un pacto militar entre Japón y Alemania. En 1940 era ascendido a comandante de la 1ª Flota, y en agosto de 1941 era el máximo responsable de la Flota Combinada Japonesa.
Yamamoto era contrario a la guerra contra los Estados Unidos, pues pensaba que era un poderoso rival que acabaría derrotando a Japón si la confrontación se prolongaba más de un año. Una vez decidido el comienzo de la guerra se opuso al plan original del Estado Mayor, que preveía afianzar las posiciones japonesas en el Sudeste Asiático y prepararse para luchar en alta mar con la flota estadounidense, estrategia que había tenido un gran éxito durante la Guerra Ruso-japonesa. Yamamoto consiguió convencer a sus superiores para que abandonasen esta idea y aprobasen el 3 de noviembre un ataque por sorpresa a las fuerzas estadounidenses del Pacífico ancladas en Pearl Harbour.
El ataque del 7 de diciembre fue un éxito, pero la ausencia de la base de los portaviones estadounidenses en el momento del ataque redujo un tanto los resultados. Los seis meses siguientes sirvieron para que las tropas japonesas ocuparan el sureste asiático y la mayoría de las islas del Pacífico. Yamamoto ordenó el ataque al islote de Midway con la intención de enfrentarse con las restantes fuerzas estadounidenses del Pacífico. La batalla acabó con la derrota de los japoneses y Yamamoto se vio obligado a ordenar la retirada.
El 13 de abril de 1943, las tropas americanas, que había descifrado los códigos japoneses de comunicación, interceptaron un mensaje del ejército japonés, en el que se informaba de la llegada en avión del almirante Yamamoto a algunas bases japonesas de las Islas Salomón. La aviación estadounidense preparó una emboscada y el 18 de abril consiguió derribar sobre la isla de Bougainville al avión que transportaba al almirante Yamamoto.
Sus restos fueron recuperados en el interior de la selva y fue repatriado a Tokio, donde se celebraron funerales de Estado en su honor. El mismo día de su muerte recibió el grado de almirante. Fue enterrado en su ciudad natal de Nagaoka, junto a la tumba de su padre.
JEREMY MOORE Y MARTÍN BALZA (CEDOC)
Jeremy Moore: en la guerra mi enemigo,pero con el más alto respeto
Con el grado de general, él era el comandante de las fuerzas terrestres británicas y había sido convocado desde su retiro. En ese entonces yo era un desconocido teniente coronel, jefe del Grupo de Artillería 3.
A fines de 1996, en mi carácter de Jefe del Ejército Argentino, finalicé una visita oficial al Reino Unido invitado por las más altas autoridades castrenses británicas. Al término de la misma, el 2 de noviembre, y al margen de todo protocolo recibí en el hotel Berkeley de Londres al general victorioso del conflicto de Malvinas, sir Jeremy Moore. Antes de ese encuentro, habíamos mantenido un intercambio epistolar –de distinto tono– pero siempre considerado y respetuoso. En horas de la mañana, a su arribo, lo esperé en la puerta del hotel mientras el general descendía de un típico taxi londinense. Hasta ese día tenía de él la imagen fotográfica y televisiva de un general despeinado, con huellas de la fatiga del combate y con su uniforme mimetizado embarrado, en contraste con el general Mario B. Menéndez quien, el 14 de junio de junio de 1982, habiendo firmado la rendición en Puerto Argentino, lucía impecable, aparentemente descansado y usando algunas prendas civiles en su uniforme.
En esta oportunidad en Londres, Moore vestía un traje negro con rayas blancas, camisa con rayas blancas y azules, portaba el clásico paraguas inglés y lucía en el ojal de su saco la poppy, el pin de una especial amapola emblema de la Legión Británica que constituye la mayor organización de caridad y apoyo del Reino Unido para veteranos de todas las guerras. Era la primera vez que lo veía personalmente. En la guerra, con el grado de general, él era el comandante de las fuerzas terrestres británicas y había sido convocado desde su retiro. En ese entonces yo era un desconocido teniente coronel, jefe del Grupo de Artillería 3.
Catorce años más tarde me impactó por su modestia, su franqueza y su serenidad. Bebimos té y conversamos distendidamente durante casi una hora, recordando acciones vividas en las islas. Sus conceptos eran los de un militar con el que la política y la guerra nos llevaron a enfrentarnos. No obviamos hablar sobre decisiones tomadas por ambos bandos, errores cometidos, valor de los soldados, la humanidad que se ve afectada en la guerra y algunas anécdotas graciosas. Yo nunca había tenido la oportunidad de hacerlo con ninguno de los altos mandos argentinos. Trataré de sintetizar lo expresado y conservar el tono de prudencia que mantuvimos en nuestra distendida charla.
Como excelente profesional, Moore era un estudioso de la historia militar, conocía y aborrecía la guerra, y coincidimos en ello. Le había sorprendido que hubiéramos combatido hasta el final en una situación desfavorable.Yo le recordé que lo hicimos por un sentimiento, no por el gobierno militar de la dictadura de entonces, y que sobre el comportamiento de nuestros soldados dos autores británicos expresaron que: “Los cuentos sobre un ejército fascista (sic) argentino cometiendo monstruosidades no tenían fundamento” (Max Hasting y Samuel Jenkins – La Batalla por las Malvinas – Ed. EMECE). Reconoció que, como en toda guerra, se cometieron errores, ellos al realizar un innecesario y costoso desembarco en Bahía Agradable (Bluff Cove), y para él los nuestros –que compartí— fueron: haber cedido totalmente el control del mar, optar por atacar durante el desembarco a los buques escoltas y a las fragatas en lugar de a las naves transportes de tropas, creer que no vendrían o que tendrían limitaciones en los abastecimientos e ir al combate con un importante número de soldados con escasa instrucción a enfrentar a un ejército profesional. No hizo alusión a la edad de los soldados, sino al adiestramiento, pues ellos tenían muchos soldados más jóvenes que los nuestros. Reconoció que en el ataque final enfrentó a una excelente unidad, el Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM 5), y a una dura artillería.
Un arriesgado rescate en el mar que nos mantuvo en vilo
Risueñamente, contó que en uno de sus desplazamientos hacia Puerto Argentino (él se refirió a Port Stanley) su Sección de Seguridad se dispersó en una zona mayor a la normal, y cuando interrogó al jefe de sección sobre ese extraño proceder recibió como respuesta: “Sorry,sir, butyoumust be a jins” (Disculpe, señor, pero usted debe ser un yetatore); aduciendo que se comentaba que su presencia en el frente de combate atraía los proyectiles de la artillería argentina. Le respondí que me alegraba de que no se hubiera concretado y ahora poder conversar con él en Londres.
No obvió comentarme, también risueñamente, que antes del desembarco su oficial de Inteligencia le había proporcionado un informe equivocado sobre el jefe de las fuerzas argentinas en las islas, de apellido Menéndez, pero que ese estaba retirado y con acusaciones sobre la comisión de delitos contra los derechos humanos; se refería a Luciano B. Menéndez, primo de Mario B. Menéndez, el de Malvinas.
Un desconocido y breve enfrentamiento entre tropas Comandos
Confirmó que los nepalíes, los famosos Gurkas, nunca entraron en combate, que el objetivo de ellos era el monte William, pero cuando llegaron los efectivos del BIM 5 que lo ocupaban, ya se habían replegado; sin embargo sufrieron bajas por el fuego de nuestra artillería. Elogió con sinceridad la capacidad de muchos soldados argentinos, lo que aprecié como un gesto hacia mí, pero resaltó también el valor y el profesionalismo de nuestros pilotos. Le expresé que pudimos apreciar la calidad humana y el alto nivel profesional de los soldados británicos. En ningún momento abordamos, ni siquiera tangencialmente, temas relacionados con la política ni con la soberanía de las islas; seguramente no nos hubiéramos puesto de acuerdo. Destacamos como superación del conflicto el intercambio de oficiales entre nuestros ejércitos y, fundamentalmente, el hecho de que desde 1993 estábamos participando juntos en una misión de Mantenimiento de la Paz, en el marco de las Naciones Unidas en Chipre (esta misión se mantiene actualmente).
Finalmente, le agradecí su esquela manuscrita y en inglés que me había enviado el 11 de junio de 1992 con motivo de la muerte de dos suboficiales en un accidente en Croacia, mientras participaban en una misión de paz. Entre otros términos, expresaba: “Estimado general Balza (…) Deseo expresarle a usted y a su Ejército mis condolencias por las pérdidas sufridas por ustedes durante las operaciones en apoyo a las Naciones Unidas en la ex Yugoeslavia (…) Es uno de los penosos riesgos de ser soldados. A menudo me ha parecido que estas tragedias tan frecuentemente parecen cernirse sobre nuestros esfuerzos (…) Junto con mis condolencias quiero desearle mucha suerte. Lo saludo atentamente. Jeremy Moore”. Recibimos muy pocas muestras similares de nuestros compatriotas.
El impacto del Exocet en el Crucero Glamorgan
Nuestro encuentro finalizó con un cordial apretón de manos. Previamente y como recuerdo de su visita, yo le había obsequiado un puñal de los que usan nuestras tropas de montaña. El general subió a un taxi y se alejó por las calles londinenses. Mi recuerdo de él es el de un digno, valiente y excelente profesional. A fines del conflicto de Malvinas se acogió a un austero y merecido retiro. Falleció el 15 de septiembre de 2007, a los 79 años. Acorde con el sobrio protocolo del ejército británico, no se le rindieron honores militares.
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