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Gerald Bull, padre de la artillería moderna.

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Editado Fri, 24 August 2012
en Otros conflictos #1
En la fria y lluviosa tarde del día 22 de marzo de 1990, en un edificio de Bruselas, un hombre esperaba. En su mano empuñaba una Beretta automática de 7.65 mm con silenciador. La llevaba envuelta en una bolsa de plástico, para evitar que los cartuchos despedidos cayeran al suelo.
Una corta espera, y su víctima apareció. Cinco disparos, efectuados desde menos de un metro de distancia, todos ellos en la nuca y el cuello, fueron más que suficiente.
El hombre tendido en el suelo era el doctor Gerald Vincent Bull, un genio caprichoso, diseñador de armas para el mundo y, últimamente, armero del presidente de Irak, Saddam Hussein.
En los días posteriores al asesinato del doctor Gerry Bull empezaron a suceder ciertas cosas extrañas en toda Europa. En Bruselas, el servicio de contraespionaje belga admitió que durante unos meses el científico había sido seguido casi a diario por una serie de coches sin indentificación en los que viajaban dos hombres atezados, de mejilllas oscuras y que parecían del oriente mediterráneo.
El 11 de Abril, los funcionarios de las aduanas británicas capturaron en los muelles de Middlesborough ocho secciones de enormes tuberías de acero bellamente forjado y laminado, susceptibles de ser ensambladas mediante gigantescas pestañas en cada extremo, y perforadas para su fijación con potentes tornillos y tuercas. Los exultantes funcionarios anunciaron que aquellos tubos no estaban destinado a una planta petroquímica, como específicaban los conocimientos de embarque y los certificados de exportación, sino que eran piezas de un gran cañón diseñado por Gerry Bull y que su destino era Irak. Así nació la farsa del Supercañón, que se iria extendiendo y revelaría juegos dobles, las zarpas furtivas de varios servicios de Inteligencia, mucha ineptitud burocrática y cierta trapacería política.
Al cabo de unas semanas empezaron a aparecer, inesperadamente, fragmentos del Supercañón en toda Europa. El 23 de abril, Turquía anunció que había detenido un camión húngaro que transportaba un tubo de acero de diez metros de largo con destino a Irak, y se creía que era una parte integrante del arma. El mismo día, unos funcionarios griegos confiscaron otro camión con piezas de acero y retuvieron al desventurado conductor británico durante varias semanas, acusándole de complicidad.
En Mayo los italianos interceptaron 75 toneladas de piezas fabricadas por la Società della Fucine, en tanto que otras quince toneladas fueron confiscadas en los talleres que la Funcine poseía cerca de Roma. Estas últimas piezas eran de una aleación de acero y titanio y estaban destinadas a formar parte de la recámara del cañón, al igual que otros fragmentos y piezas encontrados en un almacén de Brescia, al norte de Italia.
Los alemanes también participaron, aportando hallazgos efectuados en Frankfurt y Bremerhaven, géneros manufacturados por Mannesmann AG y también identificados como piezas del ya mundialmente famoso Supercañón.
En realidad Gerry había demostrado una gran pericia al efectuar los pedidos para su invento. En efecto, los tubos que formaban los cañones habían sido fabricados en Inglaterra por dos empresas, Walter Somers, de Brimingham, y la Fundición Sheffeld. Pero las ocho interceptadas en abril de 1990 eran las últimas de 52 secciones, suficientes para construir dos cañones completos de 156 metros de longitud con un increíble calibre de un metro, capaz de disparar un proyectil del tamaño de una cabina telefónica cilíndrica.
Los muñones o soportes procedían de Grecia; las tuberías, bombas y válvulas que formaban el mecanismo de retroceso eran de Suiza e Italia; el bloque de la recámara, de Austria y Alemania; el propulsor, de Bélgica. En total, ocho países estaban implicados como contratistas y ninguno de ellos sabía exactamente que estaba fabricando.

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  • Gerald Vincent Bull nació en 1928 en North Bay, Ontario como estudiante se reveló inteligente e impulsado por el deseo de tener éxito y ganarse la aprobación de todo el mundo. Habría podido graduarse a los 16 años, pero debido a su juventud el único centro dispuesto a aceptarle fue la Universidad de Toronto, concretamenete la facultad de ingeniería. Allí demostró que no sólo era inteligente, sino también brillante. A los 22 años se convirtió en el doctor más joven jamás titulado. La rama científica que ocupaba su imaginación era la ingeniería aeronáutica y, en concreto, la balística, es decir, el estudio de los cuerpos, tanto proyectiles como cohetes, en vuelo. Fue este interés el que le condujo por un largo camino hacia la artillería.
    Tras doctorarse en Toronto, ingresó en el Organismo Canadiense de Investigación y Desarrolllo Armamentístico, CARDE, cuya sede estaba en Valcartier, por entonces un pequeño y tranquilo municipio de Quebec. Era a principios de los años cincuenta, y el hombre no sólo alzaba sus ojos hacia los cielos sino que miraba más allá de ellos, al espacio. La palabra que estaba en los labos de todo el mundo era “cohetes”. Fue entonces cuando Bull demostró que era algo más que un técnico brilllante. Era un rebelde: inventivo, anticonvencional e imaginativo. Durante los diez años que pasó en el CARDE desarrolló su idea que sería el sueño de su vida durante el resto de sus días.
    Como todas las ideas nuevas, la de Bull parecía muy sencilla. Cuando examinó la gama de colores de los estadounidenses que iban apareciendo a finales de los cincuenta, se dio cuenta de que nueve décimas partes de aquellos cohetes, cuyo aspecto era entonces impresionante, correspondían tan sólo a la primera fase. En el extremo superior, y ocupando únicamente una fracción de la longitud total, estaban las fases segunda y tercera y, más pequeño incluso, el minúculo pezón de la carga útil.
    La gigantesca primera fase tenía que elevar el cohete a través de los ciento cincuenta kilómetros de aire, donde la atmósfera es más densa y la gravedad más intensa. Rebasando esos 150 km, necesitaba mucha menos potencia para conducir el satélite hacia el espacio y ponerlo en órbita a una altitud entre cuatrocientos y quinientos kilómetros por encima de la Tierra. Cada vez que un cohete ascendía, toda aquella voluminosa y carísima primera fase era destruida, se quemaba y sus fragmentos caían al océano, en cuyo fondo quedaban para siempre.
    Bull reflexionó acerca de la posibilidad de aguijonear las fases segunda y tercera, así como la carga útil, para que cubrieran eso primeros ciento cincuenta kilómetros, por medio de un cañón gigantesco. Cuando habló con quienes podrían financiar el proyecto les dijo que, en teoría era posible, más fácil y mas barato, y el cañón podría ser utilizado una y otra vez.
    Aquél fue su primer encuentro serio con los políticos y los burócratas, y si fracasó se debió, sobre todo, a su personalidad. Les detestaba, y ellos le pagaron con la misma moneda. Pero en 1961 tuvo suerte.
    La universidad McGill intervino en el proyecto por que sus dirigentes previnieron una publicidad interesante. El Ejército estadounidense intervino por razones que le incumbían directamente: como custodio de la artillería de su país, el Ejército mantenía un pulso de poder con la Fuerza Aérea, que luchaba por hacerse con el control de todos lo cohetes o proyectiles que ascendieran a una altitud superior a los cien kilómetros. Con sus fondos combinados, Bull pudo crear un pequeño centro de investigación en la isla Barbados. El Ejército estadounidense le proporcionó un equipo compuesto por un cañón naval de 16 pulgadas (el mayor calibre del mundo) que ya no hacía ninguna falta, un tubo de repuesto, un pequeño radar de persecución, una grúa y varios camiones. McGill montó un taller metalúrgico. Era como encargarse de la construcción de coches de carreras para un Gran Prix contando con las instalaciones de un taller de reparaciones vulgar y corriente. Pero lo consiguió. Su carrera como creador de inventos sorprendentes había comenzado y el sólo tenía 33 años. Era tímido, modesto, desaliñado, inventivo y todavía un rebelde.
    HARP, las siglas de su proyecto de investigación en Barbados, correspondían al nombre que le puso: Proyecto de Investigación de Gran Altitud. El viejo cañón naval fue oportunamente instalado y Bull empezó a trabajar con proyectiles, a los que llamó Martlet, en alusión a la figura de pájaro que aparece en la insignia de la Universidad McGill.
    Bull quería poner una carga útil de instrumentos en la órbita terrestre a un costo menor y con mayor rapidez que cualquier otro. Sabía muy bien que ningún ser humano podía resistir las presiones que supondría ser disparado desde un cañón, pero consideró acertadamente que en el futuro el noventa por ciento de la investigación científica y el trabajo en el espacio no sería realizado por hombres, sino por máquinas. Bajo la administración Kennedy, y espoleados por el vuelo espacial del ruso Gagarin, los Estados Unidos continuaban desde Cabo Cañaveral con el más espectacular pero, en última instancia, prácticamente inútil ejercicio de enviar al espacio ratones, perros, monos y, finalmente, hombres.
    Allá en Barbados, Bull proseguía a pesar de todo con su único cañón y sus proyectiles Martlet. En 1964 envió un Martlet a 92 kilómetros de altitud, y entonces añadió dieciséis metros más de tubo a su cañón, una mejora que sólo costó 41.000 dólares. De ese modo el nuevo cañón de 36 metros se convirtió en el más largo del mundo. Con él alcanzó la altitud mágica de ciento cincuenta kilómetros con una carga útil de 180 kilos.
    Fue resolviendo los problemas a medida que se presentaban. Uno de enorme importancia era el propulsor a utilizar. En un cañón pequeño, la carga da al proyectil un único y fuerte golpe al expandirse del estado sólido al gaseoso en un microsegundo. El gas intenta escapar de su compresión y no tiene más remedio que salir por el tubo, empujando de ese modo el proyectil. Pero en el caso de un tubo tan largo como el del cañón especial de Bull, era necesario un propulsor que quemara con lentitud, pues de lo contrario el tubo reventaría. Bull necesitaba una pólvora capaz de enviar el proyectil a lo largo del enorme tubo en una larga y continuamente acelerada «exhalación». Así pues, ideó ese propulsor. También sabía que ningún instrumento podría resistir la fuerza de diez mil gravedades causada por la explosión de la carga propulsora, aunque ésta quemara lentamente, por lo que diseñó un sistema de absorción del choque para reducirla a doscientas gravedades. Un tercer problema era el retroceso. No se trataba de una pistola de aire comprimido y el retroceso sería enorme a medida que los tubos, cargas propulsoras y cargas útiles fuesen mayores. Entonces diseñó un sistema de muelles y válvulas para reducir el retroceso a unas proporciones aceptables.
    En 1966, los antiguos adversarios de Bull entre los burócratas del Ministerio de Defensa canadiense se propusieron cargárselo, e insistieron a su ministro para que retirase la financiación. Bull protestó, asegurando que podría colocar una carga útil de instrumentos en el espacio por una fracción de lo que costaba Cabo Cañaveral. Su protesta fue en vano. A fin de proteger sus intereses, el Ejército estadounidense transfirió a Bull desde Barbados a Yuma, en el estado de Arizona.
    Allí, en noviembre de aquel año, lanzó una carga útil a ciento ochenta kilómetros de altitud, un récord que permaneció imbatido durante veinticinco años. Pero en 1967 tanto el gobierno de Canadá como la Universidad McGill se retiraron del proyecto. El Ejército estadounidense siguió el ejemplo, y el proyecto HARP fue clausurado. Bull se estableció como mero asesor en una finca que había adquirido a caballo entre el norte de Vermont y su Canadá natal.
    El asunto HARP tuvo dos posdatas. En 1990, enviar cada kilo de instrumental al espacio con el programa de la lanzadera espacial desde Cabo Cañaveral costaba diez mil dólares. Hasta el día de su muerte, Bull supo que él podría hacer lo mismo, a seiscientos dólares por kilo. Por otro lado, en 1988 se inició un nuevo proyecto en el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, de California. En el proyecto figura un cañón gigante, pero hasta la fecha con un tubo de sólo 4 pulgadas de calibre y cincuenta metros de longitud. Finalmente, y a un coste de centenares de millones de dólares, se espera construir un cañón mucho mayor con el propósito de lanzar cargas útiles al espacio. Ese proyecto se denomina Proyecto de Investigación de Superaltitud, o SHARP.
    Gerry Bull vivió en su complejo de Highwater, en la frontera entre Estados Unidos y Canadá, y lo dirigió durante diez años. A lo largo de ese tiempo abandonó su sueño irrealizado de un cañón capaz de disparar cargas útiles al espacio y se concentró en su segundo campo de experiencia: el más beneficioso de la artillería convencional.
  • El mayor problema surgió al principio mismo, cuando supo que casi todos los ejércitos del mundo basaban su potencial artillero en el obús del cañón de campaña de 155 mm. Bull sabía que en un combate de artillería, el hombre que dispone de un alcance más largo es el rey, pues puede quedarse sentado y bombardear al enemigo mientras él permanece completamente a salvo. Bull decidió ampliar el alcance y aumentar la precisión del cañón de campaña de 155 mm. Empezó por la munición. Esa modificación ya se había intentado antes, pero siempre sin éxito. Bull consiguió realizarla en cuatro años.
    En las pruebas de control, el proyectil de Bull cubrió una vez y media la distancia desde el mismo cañón estándar de 155 mm, fue más preciso y estalló con la misma fuerza en 4.700 fragmentos, frente a 1.350 de un proyectil de la OTAN. Pues bien, a la OTAN no le interesó ni, gracias a Dios, a la Unión Soviética.
    Bull no se amilanó, siguió trabajando con ahínco y produjo un nuevo proyectil de gran calibre y alcance ampliado. Una vez más, la OTAN no mostró interés y prefirió seguir con sus proveedores tradicionales y el proyectil de corto alcance.
    Pero si las grandes potencias no se interesaban, el resto del mundo sí lo hacía. Las delegaciones militares acudían en gran número a Highwater para consultar a Gerry Bull. Entre estas delegaciones figuraban las de Israel (fue entonces cuando Bull estrechó las amistades iniciadas en Barbados con grupos de observadores de ese país), Egipto, Venezuela, Chile e Irán. También asesoraba sobre otros aspectos militares a Gran Bretaña, Holanda, Italia, Canadá y Estados Unidos, cuyos científicos militares, si no el Pentágono, seguían estudiando con cierto temor reverencial lo que Bull estaba haciendo.
    En 1972, Bull recibió discretamente la ciudadanía estadounidense. Al año siguiente empezó a trabajar en el cañón de campaña de 155 mm. Al cabo de un par de años había hecho otro descubrimiento importante, a saber, que la longitud perfecta de un tubo de cañón era ni más ni menos que 45 veces su calibre. Perfeccionó un nuevo diseño del cañón de campaña estándar de 155 mm y lo llamó GC (siglas de «Gun Calibre») 45. La nueva arma, con sus proyectiles de alcance ampliado, podía superar a cualquier artillería del arsenal comunista en su totalidad. Pero si Bull esperaba que le ofrecieran contratos, se llevó una decepción. Una vez más el Pentágono sucumbió ante el «lobby» armamentístico y su nueva idea de proyectiles asistidos por cohetes que multiplicaban ocho veces el precio por proyectil. Las prestaciones de ambos tipos de proyectil eran idénticas.
    La caída en desgracia de Bull comenzó de una manera bastante ingenua cuando, con el permiso tácito de la CIA, ayudó a mejorar la artillería y los proyectiles de Sudáfrica, que entonces luchaba contra los cubanos que combatían en Angola con el apoyo de Moscú.
    Desde el punto de vista político, Bull era un ingenuo hasta extremos asombrosos. Fue allí y observó que los sudafricanos le gustaban y se llevaba bien con ellos. El hecho de que Sudáfrica fuese un paria internacional por su política de «apartheid» no le preocupaba. Les ayudó a diseñar de nuevo su parque artillero, basándose en su obús de largo alcance GC–45, cuya demanda era cada vez mayor. Más adelante los sudafricanos produjeron su propia versión, y fue ese cañón el que destrozó a la artillería soviética, haciendo retroceder a rusos y cubanos.
    De regreso a Estados Unidos, Bull siguió enviando sus proyectiles a los sudafricanos. El presidente Jimmy Carter había llegado al poder y la corrección política estaba a la orden del día. Bull fue detenido y acusado de exportaciones ilegales a un país con cuyo régimen tales relaciones estaban prohibidas. La CIA le abandonó como si fuese una patata caliente. Le persuadieron de que guardara silencio y se declarase culpable, diciéndole que era una formalidad y que se limitarían a darle un rapapolvo por haber cometido una infracción técnica.
    El 16 de junio de 1980 un juez norteamericano le sentenció a un año de cárcel, con seis meses de suspensión de sus actividades y una multa de 105.000 dólares. En realidad, cumplió cuatro meses y diecisiete días en la cárcel de Allenwood, Pennsylvania. Pero para Bull eso era lo de menos. Lo importante era la vergüenza y el oprobio que le había supuesto la condena, junto con la sensación de haber sido traicionado. En su opinión era increíble que le hubieran hecho una cosa así. Él había ayudado a Estados Unidos en la medida de sus posibilidades, había adoptado su ciudadanía y aceptado la petición de la CIA en 1976. Durante el tiempo que estuvo en Allenwood, su empresa, SRC, fue a la quiebra y cerró. Estaba arruinado.
    Al salir de la cárcel abandonó Estados Unidos y Canadá para siempre, emigró a Bruselas y empezó una vez más desde cero, en una habitación con una cocina minúscula, en un edificio sin ascensor.
    Más adelante sus amigos asegurarían que después del juicio había cambiado y que ya nunca fue el mismo hombre. Jamás perdonó a la CIA ni a Estados Unidos, y, sin embargo, durante años se esforzó para lograr que se reabriera el caso y le absolvieran.
    Volvió a su actividad como asesor y aceptó una oferta que le habían hecho antes del juicio: trabajar para China en la mejora de su artillería. En la primera mitad de los años ochenta Bull trabajó principalmente para Pekín y diseñó de nuevo su parque artillero basándose en su cañón GC–45, ahora vendido bajo licencia mundial por la empresa Voest–Alpine, de Austria, que le había comprado las patentes por un pago único de dos millones de dólares. Bull siempre fue un malísimo hombre de negocios, pues de lo contrario se habría hecho multimillonario.
    Mientras Bull estuvo ausente, no dejaron de suceder cosas. Los sudafricanos tomaron sus diseños y los mejoraron mucho. A partir de su GC–45, crearon un obús remolcado, llamado G–5, y un cañón autopropulsado, el G–6. Los proyectiles de ambos cañones tenían un alcance ampliado de cuarenta kilómetros. Sudáfrica los vendía en todo el mundo. Debido a su inadecuado trato con los sudafricanos, Bull no obtuvo ni un céntimo.
    Entre los clientes que adquirían aquellos cañones se encontraba cierto Saddam Hussein, de Irak. Fueron esos cañones los que destrozaron las oleadas humanas de fanáticos iraníes durante la guerra de ocho años entre Irán e Irak, derrotándolos finalmente en las marismas de Fao. Pero Saddam Hussein había añadido un nuevo detalle, sobre todo en la batalla de Fao: introdujo gas venenoso en los proyectiles.
    Bull trabajaba entonces para España y Yugoslavia. Convirtió la vieja artillería del ejército yugoslavo, de 130 mm y fabricación soviética, en el nuevo cañón de 155 mm con proyectiles de alcance ampliado. Aunque Bull no viviría para verlo, ésos fueron los cañones que heredaron los serbios tras el derrumbe de Yugoslavia y con los que pulverizaron las ciudades de croatas y musulmanes en la guerra civil. En 1987 Bull se enteró de que Estados Unidos había decidido, finalmente, investigar el cañón para enviar cargas útiles al espacio, pero sin contar para nada con Gerry Bull. Aquel invierno Bull recibió una extraña llamada telefónica de la embajada iraquí en Bonn. ¿Estaría dispuesto el doctor Bull a visitar Bagdad como invitado de Irak?
  • Lo que no sabía era que, a mediados de los años ochenta, Irak había sido testigo de la operación Staunch, un esfuerzo concertado estadounidense para cortar todas las fuentes de importaciones de armas destinadas a Irán. A esto siguió la masacre de los «marines» en Beirut, en un ataque apoyado por Irán contra su cuartel general, llevado a cabo por fanáticos de Hezbollah.
    Aunque la operación Staunch beneficiaba a Irak en su guerra contra Irán, la reacción de los iraquíes fue la de considerar que si podían hacerle aquello a Irán también podían hacérselo a ellos. A partir de entonces, Irak decidió que no importaría las armas, sino que, siempre que fuese posible, se procuraría la tecnología para fabricarlas. Bull era ante todo un diseñador, y por ello les interesaba. La misión de reclutarle recayó en Amer Saadi, el segundo de a bordo en el Ministerio de Industria e Industrialización Militar, conocido como MIMI.
    Cuando Bull llegó a Bagdad en enero de 1988, Amer Saadi, un científico y diplomático cosmopolita, afable, que hablaba inglés, francés y alemán además de árabe, desempeñó espléndidamente su papel. Le dijo que las autoridades iraquíes querían que les ayudara en su sueño de enviar pacíficos satélites al espacio. Para ello tenían que diseñar un cohete que pudiera colocar la carga útil allá arriba. Sus científicos egipcios y brasileños les habían sugerido que la primera etapa consistiría en unir cinco misiles Scud de los que Irak había adquirido novecientos a la Unión Soviética. Sin embargo, existían muchos problemas técnicos. Necesitaban disponer de un superordenador. ¿Podía Bull ayudarles?
    A Bull le encantaban los problemas; eran su razón de ser. No tenía acceso a un superordenador, pero él mismo era lo que más se le aproximaba. Además, si Irak realmente quería ser la primera nación árabe en enviar satélites al espacio, existía otra manera... más barata, más sencilla, más rápida que los cohetes que empezaban de cero. El iraquí le pidió que se lo contara todo, y Bull le complació.
    Le dijo a su anfitrión que, por sólo tres millones de dólares, podría producir un cañón gigantesco que haría el trabajo. Se trataba de un programa a realizar en cinco años. Su método sería muy superior al de los americanos de Livermore, y el resultado significaría un triunfo árabe. El doctor Saadi rebosaba de admiración. Sometería la idea a su gobierno y recomendaría enfáticamente su aprobación. Entretanto, ¿sería el doctor Bull tan amable de echar un vistazo a la artillería iraquí?
    Hacia el final de su visita de una semana, Bull había accedido a solucionar los problemas que comportaba unir cinco Scud para formar la primera fase de un cohete de alcance intercontinental o espacial, diseñar dos nuevas piezas de artillería para el ejército y hacer una propuesta formal para su Supercañón capaz de poner en órbita una carga útil.
    Como en el caso de Sudáfrica, Bull fue capaz de cerrar los ojos a la naturaleza del régimen al que estaba a punto de servir. Sus amigos le habían dicho que, de todos los dirigentes de Oriente Medio, Saddam Hussein era el que tenía las manos más ensangrentadas. Pero en 1988 había millares de respetables empresas y docenas de gobiernos que clamaban por hacer negocios con Irak, un país que gastaba dinero a espuertas.
    El cebo para captar a Bull fue su cañón, su amado cañón, el sueño de su vida, que por fin tenía un patrocinador dispuesto a colaborar con él en su construcción, lo cual le permitiría ingresar en el panteón de los científicos.
    En marzo de 1988 Amer Saadi envió un diplomático a Bruselas para hablar con Bull. El diseñador de armas afirmó que había avanzado en la solución de los problemas técnicos que presentaba la primera fase del cohete iraquí. Con mucho gusto les entregaría su proyecto, tras la firma de un contrato con su compañía, que volvía a ser Space Research Corporation.
    Cerraron el trato. Los iraquíes comprendieron que la oferta de un cañón de aquellas características por tres millones de dólares era una bobada. Elevaron la cifra a diez millones, pero pidieron más rapidez.
    Cuando Bull trabajaba rápido lo hacía a una velocidad asombrosa. En un mes organizó un equipo de los mejores técnicos independientes que pudo encontrar. Al frente del equipo que en Irak se encargaría de la construcción del Supercañón estaba un ingeniero proyectista británico llamado Christopher Cowley. El mismo Bull bautizó el programa de cohetes con base en Saad 16, al norte de Irak, con el nombre de Proyecto Ave Iraquí. Los trabajos del Supercañón recibieron el nombre de Proyecto Babilonia.
    En el mes de mayo ya habían sido calculadas las especificaciones exactas del Proyecto Babilonia. Sería una máquina increíble: un metro de ánima, un tubo de 156 metros de largo y un peso de 1.665 toneladas, es decir, el equivalente a la altura del monumento a Washington y más del doble de la longitud que tiene la columna de Nelson en Londres. Cuatro cilindros de retroceso, cada uno con un peso de sesenta toneladas y dos cilindros amortiguadores de siete toneladas. La recámara pesaría 182 toneladas. El acero tenía que ser especial, a fin de resistir una presión interna de 35.000 kilos por 6,50 centímetros cuadrados y con una fuerza de tensión de 1.250 megapascales.
    Bull ya había dicho claramente a las autoridades de Bagdad que debía fabricar un prototipo más pequeño, un Minibabilonia, de 350 mm de ánima y un peso de sólo 113 toneladas, pero que le permitiría poner a prueba las cabezas separables que también serían útiles para el proyecto del cohete. A los iraquíes les gustó la idea, pues también necesitaban la tecnología de las cabezas separables.
    Parece ser que en aquel entonces Gerry no entendió en absoluto el significado pleno del insaciable apetito que mostraban los iraquíes por las cabezas separables. Es posible que, en su ilimitado entusiasmo por ver finalmente realizado el sueño de su vida, prefiriera no verlo. Las cabezas separadas de diseño muy avanzado son necesarias para impedir que una carga útil se queme a causa de la fricción cuando entra de nuevo en la atmósfera terrestre. Pero las cargas útiles que orbitan en el espacio no regresan, sino que permanecen allá arriba.
    Hacia finales de mayo de 1988, Christopher Cowley efectuó los primeros pedidos a Walter Somers, de Birmingham, para adquirir las secciones de tubo que constituirían el cañón del Minibabilonia. Las secciones de gran envergadura para los Babilonia Uno, Dos, Tres y Cuatro serían solicitadas más adelante. Otros extraños pedidos de piezas de acero fueron efectuados a diversas empresas de toda Europa.
    Bull trabajaba a un ritmo asombroso. En dos meses había hecho unos avances que a una empresa del gobierno le habrían llevado dos años. Hacia finales de 1988 había diseñado dos nuevos cañones para Irak, armas autopropulsadas en contraste con las máquinas remolcadas proporcionadas por Sudáfrica. Ambos cañones serían tan potentes que podrían desbaratar la artillería de las naciones vecinas –Irán, Turquía, Jordania y Arabia Saudí–, todas las cuales efectuaban sus compras a la OTAN y Estados Unidos.(Nota: Ambos sistemas eran parecidos al G6. Uno era de 155mm, y el otro (llamado Al-Fao) era de 210mm).
    Bull también consiguió solucionar los problemas que planteaba la unión de los cinco Scud a fin de formar la primera fase del cohete Ave, que recibiría el nombre de Al Abeid, es decir, «El Creyente». Había descubierto que los iraquíes y brasileños de Saad 16 estaban trabajando con unos datos defectuosos proporcionados por un túnel aerodinámico que funcionaba mal. Bull les entregó sus nuevos cálculos y dejó que los brasileños tuvieran éxito en su empresa.
    En mayo de 1989 la mayor parte de la industria armamentística y la prensa mundiales, junto con observadores del gobierno y funcionarios del servicio de Inteligencia, asistieron a una gran exhibición de armas en Bagdad. Hubo un considerable interés por los prototipos a escala de los dos grandes cañones. En diciembre se hizo un lanzamiento de prueba del Al Abeid, que tuvo un gran eco en los medios de comunicación y fue motivo de seria preocupación para los analistas occidentales.
    Minuciosamente seguido por las cámaras de la televisión iraquí, el gran cohete en tres fases se alzó rugiendo desde la base de investigación espacial de Al Anbar y ascendió hasta desaparecer. Tres días después Washington admitió que el cohete parecía, en efecto, capaz de colocar un satélite en el espacio.
    Pero las conclusiones de los analistas no se detuvieron ahí. Si el Al Abeid podía realizar esa misión, también podría convertirse en un misil balístico intercontinental. De repente, las agencias de Inteligencia occidentales tuvieron que abandonar bruscamente su suposición de que Saddam Hussein no constituía ningún peligro real y aún faltaban muchos años para que se convirtiese en una amenaza seria.
    Las tres agencias principales –la CIA en Estados Unidos, el SIS en Gran Bretaña y el Mossad israelí– consideraban que, de los dos sistemas, el cañón Babilonia era un juguete divertido y el cohete Al Abeid una verdadera amenaza. Los tres se equivocaban.
    El proyecto Al Abeid no funcionó.
    Bull sabía por qué, y se lo dijo a los israelíes. El Al Abeid ascendió a una altitud de 12.000 metros y se perdió de vista. La segunda fase no quiso separarse de la primera. No existía tercera fase. En resumen, era una simulación. Él lo sabía porque le habían encargado que tratara de persuadir a los chinos de que proporcionaran una tercera fase, motivo por el cual viajaría a Pekín en febrero.
    Allá fue, en efecto, y los chinos rechazaron de plano su petición. Mientras estaba en China encontró a su viejo amigo George Wong y habló largamente con él.
    Algo había salido mal en el asunto iraquí, algo que tenía preocupadísimo a Gerry Bull, y no se trataba de los israelíes. Varias veces insistió en que quería salir de Irak, y cuanto antes. Algo había sucedido, dentro de su propia cabeza, y quería marcharse de aquel país. Era una decisión del todo acertada, pero demasiado tardía.
  • Desde su llegada a Bagdad, hacía de eso más de dos años, se había dejado persuadir, porque era lo que deseaba creer, de que el programa del cohete y el cañón Babilonia estaban destinados a lanzar pequeños satélites portadores de instrumentos que debían ser puestos en órbita terrestre. Él, por lo menos, comprendía los enormes beneficios que, desde el punto de vista del amor propio y el orgullo, supondría para todo el mundo árabe el que Irak lograra hacerlo.
    Además, sería lucrativo, pues apenas Irak lanzase satélites de comunicaciones y meteorológicos para otros países, los gastos se amortizarían.
    Tal como él lo entendía, se había planeado que el cañón Babilonia lanzase su misil portador de un satélite apuntando al sudeste, a lo largo de Irak, y pasando sobre Arabia Saudí y el sur del océano Índico, hasta entrar en órbita.
    Para eso lo había diseñado.
    Se había visto obligado a convenir con sus colegas que ninguna nación occidental lo vería de esa manera, sino que supondrían que se trataba de un arma militar. De ahí el subterfugio al pedir las piezas del tubo, la recámara y el mecanismo de retroceso.
    Sólo él, Gerald Vincent Bull, conocía la verdad, que era muy sencilla: no podía ser usado como un arma para lanzar proyectiles explosivos convencionales, por muy gigantescos que fueran.
    En primer lugar, el cañón Babilonia, con su tubo de 156 metros, no podía permanecer rígido sin soportes. Necesitaba un muñón, o soporte, en una de cada dos de sus 26 secciones de tubo, aun cuando, como él preveía, el cañón subiera por la ladera de una montaña con una inclinación de 45 grados. Sin esos apoyos, el cañón se caería, desmembrándose a medida que se rompieran las junturas.
    En consecuencia, no podía aumentar o disminuir su elevación, ni moverse de un lado a otro. Así pues, no estaba en condiciones de apuntar a una diversidad de blancos. Para cambiar de ángulo, arriba, abajo o de un lado a otro, tendría que ser desmantelado, cosa que requeriría semanas. Incluso limpiarlo y recargarlo entre una y otra descarga requeriría un par de días.
    Además, los disparos repetidos desgastarían aquella arma carísima.
    Finalmente, un cañón como el Babilonia no podía ser ocultado en caso de que al enemigo se le ocurriese contraatacar.
    Cada vez que disparase, el tubo despediría una llamarada de noventa metros de longitud que sería fácilmente localizable por todos los aviones y satélites. En cuestión de segundos los norteamericanos tendrían sus coordenadas en el mapa. Además, las ondas de choque reverberantes serían registradas hasta por los sismógrafos de lugares tan lejanos como California. Por ese motivo Bull aseguraba a todo el que le escuchaba: «No puede utilizarse como un arma.»
    Su problema consistía en que, al cabo de dos años en Irak, se había dado cuenta de que para Saddam Hussein la ciencia tenía una sola aplicación: las armas de guerra y el poder que le proporcionaban, «y nada más». En ese caso, ¿por qué diablos estaba financiando el proyecto Babilonia? Sólo podría dispararlo una sola vez, en un acceso de cólera, antes de que los bombarderos contraatacaran y lo redujesen a fragmentos, y únicamente podía disparar un satélite o un proyectil convencional.

    Gerald Bull finalmente comprendió como pensaba usar el supercañón Saddam Hussein. Y eso le costó la vida.



    Investigación de Frederick Forsyth, para su libro The fist of God.
  • Nunca se pudo averiguar quién mató a Gerard Bull. Se habló de la CIA y de otros servicios de inteligencia. Pero las mayores sospechas caen sobre el Mossad israelí. Pero Bull se llevaba muy bien con Israel. Aunque trabajaba para Irak, siempre mantenía informado de sus actividades a sus amigos israelies. Incluso en la última semana de su vida recibió en su despacho (en Bruselas) a dos generales de ese pais, a los que proporcionó una información
    totalmente actualizada. ¿Porqué iban a destruir semejante fuente de información de primera mano?

    El Nabylon Baby (de 350 mm) habría disparado un proyectil a 750 Km. de distancia.
    El Babylon de 1.000 mm habría podido disparar un proyectil de 600 Kg. a una distancia de 965 Km. Aunque por ahí he leido que podía disparar hasta 1.440 Km. (Según el peso del proyectil.)

    Global Security dice:
    Under Project Babylon, Bull extended his HARP gun design to build the barrel in segments, with a total length of 512 feet. The gun would be able to fire 600 kg projectile to a range of 1,000 kilometers, or a 2,000 kg rocket-assisted projectile into orbit.


    As a component of Project Babylon, Bull built a smaller gun, nick-named Baby Babylon, as a prototype for the larger gun. This 40 meter long gun was first constructed for horizontal testing in the summer of 1989, and installed at Jabal Hamrayn, ninety miles north of Baghdad, in central Iraq [Jabal Hamrin MTS]. The gun was positioned along a mountainside at an agle of about 45 degrees.

    In documents filed with the UN Special Commission 18 July 1991, Iraq admitted possessing a gun with a barrel 350 millimeters wide and 45 meters long and that it was building a second one. The commission noted that the gun would have been inaccurate for conventional armaments, and that it was trying to determine if the weapon was intended for chemical, biological, or nuclear use. The superguns were potentially capable of firing chemical, biological and nuclear weapons to a range of up to 1,000 km.

    The high-ranking Iraqi defector Gen. Hussein Kamel al-Majeed said Iraq was working on a space weapon launched from the supergun.

    "It was meant for long-range attack and also to blind spy satellites. Our scientists were seriously working on that. It was designed to explode a shell in space that would have sprayed a sticky material on the satellite and blinded it."
    He also said the supergun could have delivered a nuclear device.

    Following the Gulf War UN teams destroyed one 350 mm. supergun, components of a 1000 mm. supergun, and supergun propellant.
  • Los supercañones no tenian mucha utilidad práctica. El cañón debía ser apoyado en una colina. Pienso que la idea era tenerlo de amenaza (con un proyectil nuclear). Israel no lo habría atacado con sus aviones, porque en cuanto llegaran sobre él hubiera disparado. La idea era tener 4 de estos cañones, y amenazar con usarlos.

    Pero este tipo de armas no han desaparecido de los arsenales. China (que también aprendió bastante de Gerard Bull) ha desarrollado un supercañón también. La información habla de un calibre de 85 mm, aunque no me cuadra con una cabeza que pesa 40 Kg. Tiene un alcance de 300 Km.
    Pongo a continuación los datos:

    In January 1995 the Chinese army unveiled a 21 m long supergun capable of firing large artillery shells into South Korea and Taiwan. The gun could fire 85 mm shells over a 300 km range. Nothing further was heard of the weapon. Interestingly, China was one of the countries that retained Gerard Bull as a consultant in artillery design in the 1980's. It would seem that the supergun retained its military appeal as a psychological weapon or in anti-satellite applications.


    to a: 300 km suborbital trajectory. Standard warhead mass: 40 kg (88 lb). Maximum range: 300 km (180 mi).
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